Luego de trabajar 30 años en las grandes corporaciones del sector agropecuario, como Monsanto y Syngenta, Carlos Becco se animó a pegar el salto. Desde agosto está al frente de la oficina local de Índigo, una startup norteamericana que se dedica al desarrollo de tecnología agrícola.
El Alumni (PAD 2004) de 58 años confiesa que no fue fácil dar el batacazo, pero dice que la decisión lo llena de adrenalina. “Una corporación te ofrece un montón de seguridades y una startup, casi ninguna, pero, por otro lado, te da un montón de oportunidades para volar, soñar y crear. Lamentablemente muchas veces una gran corporación te limita mucho más y te enjaula”, explica el ingeniero agrónomo.
Becco se siente fuera de su área de confort, pero está contento con el paso que dio porque le permite empezar de cero y “sentirse más vivo que antes”. También lo emociona ser parte de lo que él define como la tercera revolución del agro.
Para el Alumni, la primera revolución del agro en la Argentina ocurrió en los 90 con la siembra directa y la segunda llegó una década más tarde y se basó en la biotecnología que permitió transformar el ADN de las semillas. Hoy, según el ingeniero agrónomo, estamos en el comienzo de la tercera revolución y los protagonistas son los microorganismos.
Justamente Índigo se especializa en los microorganismos que viven en las plantas. Mediante la aplicación científica de la inteligencia artificial, identifica los microorganismos que son beneficiosos para la salud de la planta, los multiplica y los aplica a los cultivos a través tratamientos externos que revisten las semillas. Así -explica Becco- mejora la salud de cultivos clave como soja, trigo, maíz, algodón y arroz, e incrementa su rendimiento.
“El potencial es tan grande que la empresa ya tiene individualizados una base de 70.000 microorganismos con nombre y apellido”, añade Becco y cuenta que para el año que viene Índigo tiene pensado lanzar 15 productos nuevos.
-¿Cómo fue que quedó al frente de la filial argentina de Índigo?
- Fue por una combinación de factores. Debo reconocer que yo venía siguiendo a Indigo, que es una compañía nueva, una startup que arranca en 2014. Como dicen los jóvenes, la venía stalkeando. Yo trabajé en Monsanto y Syngenta y siempre estuve atento a las novedades, buscaba desde dónde podía venir la innovación. El primer aspecto de Índigo que me llamó la atención es que es una startup que está basada en una tecnología novedosa y disruptiva. No es algo común que en el sector aparezcan este tipo de empresas porque casi todas las innovaciones importantes venían de las grandes corporaciones. También me llamó la atención el éxito que estaba teniendo Índigo en las rondas de financiamiento. El tercer aspecto fue la gente. En el board del directorio está un ex ejecutivo de Syngenta, que es una de las personas que más me habían impresionado en su momento por su capacidad visionaria. Cuando escuché que Índigo tenía la posibilidad de establecerse en la Argentina, levanté la mano y dije: “Esta es una oportunidad para mí”. También fue parte de mi evaluación entender mi situación laboral. Tengo 58 años, me siento con muchas energías, pero era consciente de que en una gran corporación mi horizonte de planeamiento se acercaba a un final. La oportunidad de hacer algo nuevo estaba por afuera de las corporaciones.
- ¿Por qué Índigo es tan novedosa?
- Lo primero que hay que entender es una palabra que se llama microbioma. Es el área que Índigo ha traído al escenario. ¿Qué es un microbioma? Son todos los microorganismos que viven dentro del medio ambiente de otro organismo. En el caso de los humanos, el balance de los microorganismos que viven dentro nuestro determinan nuestro estado de salud. Por eso hay un área de la medicina que está focalizada en mejorar o influenciar eso. Índigo dice que lo mismo que pasa en los seres humanos ocurre en las plantas. Dentro de las plantas viven microorganismos naturales que afectan su la salud. Entonces Índigo introduce microorganismos para mejorar la salud y la performance de las plantas. Al incorporar los microorganismos la planta puede crecer mejor y resistir enfermedades. Es una tecnología sustentable porque estamos trabajando con organismos vivos, no hay ningún tipo de transformación.
-¿Cómo hacen para que el producto llegue a los agricultores locales?
- Eso también algo innovador. Nosotros queremos estar seguros de que el proceso se haga con toda la seguridad necesaria, entonces la gran decisión que tomamos es que en vez de acercarle al productor agropecuario una “bolsita con las bacterias” para que él las aplique, le entregamos la semilla de soja con la bacteria aplicada sobre ella, lista para usar, para que no tenga que hacer esa manipulación del producto. Para eso tuvimos que hacer alianzas con semilleros para asegurarnos de que el productor reciba el producto.
-¿Cómo fue el proceso de desembarco de Índigo en el país y cuáles son los objetivos a mediano plazo?
- La empresa se instaló en el país formalmente el 7 de agosto y yo fui el primer empleado. Hoy en día ya somos un equipo de seis personas con lo cual hemos tenido una tasa de crecimiento muy alta en este pequeño período. El plan es seguir creciendo y llegar a ocho personas a fin de este año. El objetivo de la empresa es llegar a tener en el primer año una facturación de más de 5 millones de dólares, que es un número más que ambicioso. Tenemos una historia y una tecnología muy grande en la cual creemos y tenemos un potencial enorme. El modelo de negocio que estamos encarando que es novedoso está teniendo muy buena repercusión y los productores que hemos podido contactar en este tiempo nos están acompañando. Estamos soñando en grande.
-¿Qué es lo que más valora de su experiencia en Syngenta y Monsanto?
- Yo me siento un privilegiado en ese aspecto. Pude ser parte del dinamismo y de la transformación que tuvo la agricultura en estos últimos 30 años. Yo tuve la oportunidad de vivir dos grandes revoluciones en el sector agrícola: la primera fue la revolución de la siembra directa, que sucedió a principios de los 90 y junto con la masificación de los agroquímicos permitió reemplazar una manera de cultivar que era el viejo arado. Esa fue la primera revolución que hizo que Argentina pudiera ser uno de los países más competitivos del mundo en el sector. También tuve la oportunidad de vivir a principios de 2000 la otra gran revolución que fue la de biotecnología. La capacidad de transformar el ADN de las semillas para poder lograr que hagan cosas que no estaban preparadas por la naturaleza generó por un lado mucha controversia y convirtió a la Argentina en el gran exportador de soja. Yo pienso que ahora estamos viviendo el comienzo de la tercera revolución, que es la revolución de los microorganismos. Una manera de transformar y revitalizar la producción agrícola en el mundo de una forma sustentable.
-¿Cómo fue su experiencia en el IAE?
- He tenido mucho contacto con el IAE. Mi primer contacto fue en el 90. Yo era un joven lleno de sueños en Monsanto y tuve la oportunidad de hacer el PDD, que realmente fue una gran oportunidad para expandir mi mirada. Yo era un ingeniero agrónomo cerrado, lo único que miraba era la parte de agronomía y el PDD me abrió los ojos y entendí que otros aspectos eran importantes más allá de la parte técnica de la producción. Luego en 2004 hice el PAD y tuve el privilegio de que estuviese dirigido por Guillermo Perkins. Además me tocó un grupo de compañeros extraordinario. Pude trabajar en equipo con una serie de talentos que hoy son mis amigos. Creo que lo más importante que me dio el IAE es la posibilidad de soñar en grande, de ir más allá de los límites.
-¿Qué consejos le daría los Alumni que tiene hacer un salto como usted en la carrera?
-Creo que es al revés, una de las cosas que aprendí de los jóvenes es que toman más riesgos. Uno a mi edad se pone conservador, está menos dispuestos a tomar riesgos y se aferra a lo seguro. Creo que, en ese sentido, los más grandes tenemos que aprender de los jóvenes la capacidad de saltar, de desprenderse, de tomar riesgos, de decir “esto es lo que quiero hacer y lo que me parece que vale la pena”. Vale la pena emprender. No hay que quedarse tan atado al área de confort de cada uno.