Los desafíos de pensar el mundo empresario con una dinámica que refuerce el desarrollo individual y consolide los lazos familiares
Los grandes cambios sociales que estamos viviendo tienen menos tiempo que la edad de mi hija mayor. Y eso que ella aún no ha llegado a cumplir los cuarenta años. Y aún le quedan varios para llegar… Son menos de cuarenta años de vértigo, de ansiedad, de presiones y de mercados que se han puesto al servicio del individuo y con o sin conciencia de lo que está haciendo, lo aísla de sus afectos y relaciones personales. En toda esta modernidad, la empresa se ha transformado en la comunidad donde solemos pasar más tiempo despiertos y donde más nos estamos forjando nuestro futuro. La economía se centra entonces en una serie de acciones basadas en las empresas, orientadas al individuo. Cada comunidad se conforma con relaciones humanas para un objetivo determinado. Y educa a sus miembros para lograrlo. Y cuando ese objetivo, en el mundo empresario, se define como buscar el lucro, toda la organización se alinea a lograrlo, ya sea bajo presión o bajo recompensas lucrativas, priorizando a veces la construcción de un ámbito más humano donde desarrollarse.
Al alejarse de la economía tradicional, que en su estricta definición es “el modo de organizar la casa”, el mercado deja a la familia en un lugar secundario y los lazos entre las personas se debilitan. No han sabido desarrollar esa capacidad. Todo se transforma en objetivos a cumplir, demandas de presupuestos y creación de valor a los inversores…Y no se llegan a medir los costos del largo plazo.
Pero… ¿son compatibles ambas cosas? ¿Se puede pensar en el mundo empresario con una dinámica que refuerce el desarrollo individual, la generación de riqueza con la consolidación de los lazos familiares? La respuesta parece ser positiva, pero se necesitaría además la participación proactiva de otras dos patas adicionales para que esta mesa se sostenga: el Estado y las instituciones intermedias. Familia, empresa, estado y organizaciones intermedias, coordinadas y haciendo solamente lo que se debe hacer: que las acciones de los miembros y las comunidades que conforman la sociedad trabajen y se desarrollen orientadas al bien común.
Al alejarse de la economía tradicional, que en su estricta definición es “el modo de organizar la casa”, el mercado deja a la familia en un lugar secundario y los lazos entre las personas se debilitan
Ajustar este mecanismo es lo difícil. Pero desde la empresa se puede dar un paso inicial muy importante buscando humanizar cada vez más su contenido, sin por ello diluir las exigencias necesarias para poder trabajar en un entorno competitivo: pero quienes, si no son los empresarios, están mejor preparados para encarar ese desafío. Es ahí donde el humanismo empresarial toma relevancia y se alinea a las necesidades más fundamentales de la persona. Es el modo adecuado para dirigir las organizaciones creadas para el largo plazo. Garantizan la estabilidad del grupo. Generan una identidad clara orientada a los valores básicos de las relaciones humanas (solidaridad, lealtad, espíritu de servicio, honestidad, moderación, humildad, trabajo bien hecho, etc.). ¿No son acaso esos los valores que todos los padres intentamos dar a nuestros hijos a través de una educación sólida?
Rafael Alvira, profesor de la Universidad de Navarra, sostiene que es en la familia, modelo de humanismo, donde se viven las características más esenciales de la vida social. Ellas son la economía, la educación y la intimidad. Es en esta comunidad donde se aprende a ser social, a entablar lazos de confianza y afectividad, a tener proyectos comunes, a desarrollar las capacidades para ser hombres de bien. Sin las familias, viviríamos en sociedades “secas de contenido”, sociedades sinsentido, tristes y desesperanzadas.
Todos los factores de desarrollo económico en la sociedad deben estar orientados por y para la familia
La función económica es el “cuerpo” de la familia. Todos los factores de desarrollo económico en la sociedad deben estar orientados por y para la familia. Es la generadora de sociedad a través de la procreación en el matrimonio y de la formación de sus miembros. Esos impulsos son los que motivan a los jefes de familia a generar recursos a través del trabajo, a intentar el ahorro para una vida más placentera. En la familia se vive el principio económico más elemental que promueve el intercambio: la propiedad. Sin ella no hay economía posible pues no habría interés por cuidar lo propio y acrecentarlo. No hay responsabilidad sin dueño. La eliminación de la propiedad privada no es solamente un acto perverso de índole material, sino sobre todo es privar a la víctima de un derecho irrenunciable para su desarrollo humano. Por lo tanto, esa unidad económica necesita que esos bienes propios sean proporcionados y compartidos entre los miembros de la familia. El compartir hace que se valore más aún la propiedad privada. En caso contrario, el acumular y no compartir lleva a un egoísmo que, si bien en la sociedad actual puede percibirse a través de un mayor individualismo, genera en la propiedad un desgaste que nunca llega a saciar. Una persona que se siente propietaria y comparte, también se siente desprendida porque no son los bienes los que lo satisfacen sino el saber que le son útiles a los demás. Se puede hablar entonces de una propiedad individual y social que garantice la continuidad de esa propiedad privada. Parte importante de esa propiedad privada tiene relación con los aspectos materiales relacionados con “la casa”. El espacio es un aspecto clave para el desarrollo familiar. Es donde se desarrollan las acciones que transforman ese espacio en un hogar. Se debe ser dueño de un hogar a pesar de no ser dueño de la casa donde se habita, quizás por no tener capacidad económica de comprarla. Son los recuerdos – los buenos recuerdos - acumulados a través del tiempo lo que construye lazos de unión permanentes que garantizan armonía en la familia. Por eso la familia, como unidad económica, debe sentirse “dueña” de esos lazos construidos a través de las relaciones cotidianas. Lo único que no se le podrá expropiar a nadie es su historia.
La educación es la segunda función básica de la familia. Toda educación demanda diálogo afectuoso e inteligente. Son las potencias del alma las que permiten que otros se eduquen, educándose simultáneamente uno mismo. La familia es el ámbito natural para ese proceso. Principalmente a partir del diálogo con los más jóvenes, que por sus cualidades tienen mayor capacidad de absorber hábitos y comportamientos. En un ambiente de plena confianza se puede desarrollar el entorno para ese proceso de mejora continua. Sabiendo que lo que se busca en el ambiente familiar es el bien del otro, todo proceso educativo estará signado con la naturalidad que demanda la relación del querer aprender y enseñar. Se da así el desarrollo de la libertad individual de sus miembros.
La actividad educativa se da constantemente y en todas las direcciones. No sólo los padres educan a los hijos sino también se da el aprendizaje en sentido inverso, los padres aprenden de los hijos y aprenden educando. El aprendizaje se potencia a partir de la capacidad de rectificar en lo errores que garantiza un espíritu de convivencia basado en el sacrificio y la voluntad de servir a los demás. El espíritu educativo se plasma en la necesidad de convivir en armonía, ambiente indispensable para lograr ese fin. Esa convivencia demanda un gran conocimiento propio de las propias limitaciones que puedan obstruir ese ambiente de paz, pero también una estructura jerárquica dentro de la vida familiar que permita un orden de convivencia adecuado. Cada miembro, desde el lugar que le corresponde, aporta a la formación de los demás, muchas veces sin saberlo. Edith Stein, en su libro “La mujer” se pregunta si un hombre puede formarse a sí mismo en orden a aquello que él quiere ser según su identidad y se responde a sí misma: Sí y no. Como ser racional, libre y responsable, tiene la capacidad – y la obligación – de trabajar en la formación de sí mismo. Pero como desde el comienzo de su ser no posee esas capacidades, hasta que las tenga, otros deben trabajar en su educación y su desarrollo. Ese lugar lo ocupa la familia.
La familia debe también, como función básica, favorecer la intimidad. Es una característica clave de la confianza necesaria para poder convivir en un entorno afectivo y educativo. Es en un ambiente de intimidad, el hombre se siente más seguro y contenido. Sabe que al llegar a casa encontrará el clima necesario para poder compartir y buscar consejo de lo que necesite para afrontar mejor los avatares de la vida. Hablar de intimidad es sacar a la luz elementos de la interioridad. En la vida familiar las relaciones son, con los demás y en general, a través de lazos afectivos. En una sociedad donde los tiempos son cada vez más exiguos y la variedad de tareas que uno desarrolla, cada vez más amplias y diferentes, es más difícil lograr relaciones profundas que saquen a la luz aspectos de nuestra interioridad. En cambio, en la familia esa dinámica se acrecienta a medida que la vida comunitaria se consolida a través de las relaciones afectivas. Es más sencillo entonces, interiorizar la relación, porque uno se ve reflejado en el otro por el amor y la confianza.
En definitiva, estas funciones deben fortalecer las relaciones básicas de la vida familiar, que son el amor o respeto absoluto hacia la dignidad de la otra persona a la que se acepta por ella misma, la amistad que une a través del diálogo que enriquece la personalidad de cada miembro y el afecto favorecido por los lazos de sangre y la historia que se construye en común. Se transforma así en la comunidad básica, la célula que, al relacionarse entre sí, construye el tejido social según las cualidades de las mismas.
Nuestro colaboradores y empleados harán lo que hemos hecho y no lo que hemos dicho.
Pensemos ahora en una empresa “fundada en el humanismo”. Es decir, aquella empresa que ha logrado incorporar estos tres aspectos de la relación interpersonal no ya entre familiares, sino entre colaboradores que interactúan permanentemente, sintiéndose parte fundamental del desarrollo de la empresa (propiedad privada), de ser un engranaje clave en la formación de sus empleados, pares y superiores (educación) y buscar lazos de confianza y convivencia (intimidad) con sus colegas que le permitan desarrollar una relación más sólida para construir una comunidad empresaria armónica y duradera en el tiempo. Ser hombre no significa ser “humano”. Todos nacemos hombres, pero no “humanos”. Elevarnos a la categoría de “humano” demanda un proceso formativo esforzado. Si no se afronta corremos el riesgo de comportarnos como verdaderos “animales” que sólo actúan por instinto de supervivencia. Qué gran desafío el del directivo de empresa, porque sabe que la mejor manera de educar es con el ejemplo. Es tremendo, nuestro colaboradores y empleados harán lo que hemos hecho y no lo que hemos dicho.