Por Alejandro A. Carrera (IAE) y Carlos March (Fundación Avina)
**Este paper fue publicado originalmente en InnContext
La crisis económica desatada por la pandemia pone en el centro de la agenda a la alimentación, la nutrición y la seguridad y soberanía alimentarias. En un diálogo con InnContext, Enrique Seminario comparte varios enfoques con los que pretende abonar la polémica, partiendo desde la cuenca fotosintética sudamericana, a la que define como el medio oriente alimentario, y continuando por varios planteos críticos que han emergido en las últimas décadas y que ahora deberían considerarse para que la nueva normalidad, garantice el derecho humano a una alimentación y nutrición adecuadas para todos los habitantes de América Latina.
“Lo principal que debe atender y gestionar Latinoamérica no es un stock, es un flujo: la energía del sol”, sorprende el ingeniero agrónomo argentino especializado en extensionismo rural[1] Enrique Seminario subiéndose al tractor que arrastra una sembradora de conceptos. Y cuando se lo mira como si estuviera loco, explica: “Lo que convierte a la región en el gran proveedor de productos agrícolas del planeta no es sólo la tierra y el agua, es su enorme capacidad y potencial para aprovechar la fotosíntesis[2] que se genera en las plantas cuando capturan parte del flujo de la energía solar irradiada por el sol generando así energía útil para las células. A partir de ese flujo nos convertimos en la gran cuenca fotosintética que alimenta el mundo. Las plantas son verdaderas pantallas solares y la fotosíntesis es la energía voltaica de la biología”.
Pero Seminario, al mismo tiempo, no se olvida de que vive en la región más inequitativa del planeta habitada por millones de pobres y de hambrientos y reflexiona: “La clave es la fotosíntesis. Estamos acostumbrados a mirar la tierra y la propiedad del suelo, pero en realidad lo que verdaderamente importa es la capacidad de gestionar la fotosíntesis. La agricultura es energía del sol hecha actividad humana. Un trabajo casi artesanal hasta los años ’70 del siglo XX que ahora está en una etapa acelerada de industrialización a partir de las nuevas tecnologías y la agricultura de precisión”.
“Pero mientras la lógica del mercado sea hacer negocio con la tierra y los productos que en ella se generan sean sólo una mercancía, y las políticas de gobierno se concentren en imponerle impuesto a las cosechas, no estará garantizada la alimentación para todas y todos. Hace falta un encuadre social adecuado y políticas públicas que enmarquen y fomenten una adecuada gestión de la fotosíntesis y de los frutos que de ella se generan.”
Y pone un ejemplo claro de que lo que hay que regular es el uso de la energía del sol, diseñar una biocracia, una gestión democrática de los biomas: “Si vos pones una lona arriba de un campo interceptando la luz del sol, en esa tierra no se produce fotosíntesis. El concepto pasa por gestionar a través de las plantas la energía que irradia el espacio ambiental –tierra, aire y agua- que nace del sol. Y esa gestión de los biomas tiene que ser superadora del concepto de uso discrecional de la propiedad privada que rige sobre la tierra, el agua, el espacio aéreo y la oferta genética, porque el valor de todo eso depende del proceso de fotosíntesis, posible gracias a ese flujo de energía solar que conceptualmente es un “bien libre”[3], porque aunque se utilice para satisfacer necesidades reales, nadie es propietario del sol y no se puede limitar su acceso a ella”.
Y para complejizar la propuesta, además interpela las reglas de juego que rigen lo producido en el espacio ambiental: “el propietario de un territorio captura la energía solar en sus cosechas que a través de las cadenas de la industria agroalimentaria se convierte en alimentos en el contexto de un mercado que se estructuró lejos de considerar la alimentación y la nutrición como un derecho humano[4]. Se considera al alimento una mercancía más que tiene diversas normativas de cuidado en cuanto a inocuidad y salubridad no siempre actualizadas (conservantes, aditivos, etc.)”.
Cómo se logra un cambio estructural, parecería ser la pregunta obligada: “Si seguimos poniendo como el centro de la economía el paradigma de acumulación individual, entonces vamos a continuar disputando la posesión de tierras y produciendo alimentos solo con fines puramente comerciales olvidando otros planos de la creación y distribución de la riqueza. Pero si el centro del desarrollo económico pasa a ser el planeta tierra y la humanidad, nos damos la posibilidad de construir un nuevo paradigma que regenere los bienes ecosistémicos y contribuya a alcanzar un estándar mínimo de calidad de vida a todas las personas. Entonces el bien a jerarquizar ya no es la parcela de tierra sino la energía que le da sentido, y el bien a producir ya no es un alimento para vender, hecho mercancía, sino un alimento para nutrir.”
“La lógica de la propiedad privada y del mercado orientado por los precios ha aportado eficiencia en la asignación de recursos y productividad sobre el recurso tierra obteniendo un aumento de oferta impresionante. A veces con excesos que descuidaron el ambiente -y en algunos casos a las personas- por su propia dinámica expansiva, aunque hoy cada vez más tenido en cuenta. ¿Pero qué nuevo paradigma podrá ser superador de la lógica actual de producción de alimentos sólo para vender por uno que contemple que el alimento también sea para nutrir y con acceso para todos?”
“El mercado atiende mejor los deseos que las necesidades”
“El planeta cuenta con stocks de energía como el petróleo, que también es fotosíntesis, pero fosilizada y enterrada. También dispone de flujos de energía como la radiación solar. La diferencia es que el petróleo es una fuente que se agota, pero el sol, mientras siga existiendo, es una fuente inagotable de energía. Entonces lo que tenemos que crear es una economía para administrar ese flujo constante de renovación infinita que produce los insumos básicos alimentarios, biocombustibles y biomoléculas dentro de la llamada bioeconomía. Hay grandes áreas fotosintéticas como el medio oeste en EEUU, Europa del Este, también en Asia, Africa e incluso el mar que genera plancton”.
Pero enseguida, Enrique Seminario regresa a su terruño: “América del Sur, principalmente desde la mitad de Brasil hasta la Pampa húmeda[5] es como un medio oriente alimentario, por su valor estratégico y por las tensiones que de ello derivan”.
“Es una cuenca fotosintética fundamental para el planeta, con un excedente de granos que se producen y no se consumen regionalmente en su totalidad, que brinda una oportunidad de apalancar el desarrollo regional fortaleciendo el agregado de valor en su transformación, lo que potenciaría la generación de riqueza local”.
Recorriendo el pasado reciente, Seminario afirma que “El desarrollo de la Cuenca Fotosintética Sudamericana (CFS) fue teniendo una inercia de explotación extractiva hasta que se tomó conciencia focalizando en el cuidado del recurso suelo y su materia orgánica, porque el suelo es el que guarda el agua y los nutrientes, y se los da a la planta. Con el tiempo, se generaron distintas intervenciones del Estado para regular el uso del suelo que fueron muy diversas de acuerdo a los países. En la Cuenca Fotosintética Sudamericana ha habido muy poca intervención del Estado, comparado con EEUU que tiene un Departamento de Suelos que fija más reglas. Uruguay es uno de los países que pone más reglamentaciones, como hacer terrazas para evitar la erosión o cumplir un régimen de rotación de cultivos. En síntesis, en mayor o menor medida, los estados siempre regulan el uso suelo, pero nunca pensando en el uso de la radiación aplicada a la producción de alimentos. Con los paneles solares y la posibilidad de comercializar energía eléctrica se ha comenzado a regular el uso de la radiación”.
“La Cuenca Fotosintética Sudamericana a pesar de constituirse como una de las mayores cuencas de producción agro-energética-alimentaria en base a su extraordinaria dotación de recursos naturales y humanos para gestionar la fotosíntesis, enfrenta la contradicción de no haber podido hasta ahora garantizar el acceso a los alimentos con seguridad para toda su población. Estamos hablando de energía de flujo (fotosíntesis), bioeconomía (agro-energético-alimentario) e indignidad (población sin seguridad alimentaria)”.[6]
Pero enseguida Seminario regresa al presente: “La tierra está apropiada y comercializada como una mercancía. Pero es una mercancía que está asociada a un bien que es el alimento. Un bien que también se trata como una mercancía en el mundo de los agronegocios, pero a la vez atiende una necesidad para la vida que es un derecho humano. Desde la lógica del mercado hay una optimización del recurso y un aumento de la productividad que no contempla ese derecho humano (no es su tema), y le falta aggiornarse en la cuestión del cuidado ambiental y la agenda social. La demanda alimentaria, desde la lógica del mercado, se expresa desde la capacidad de compra de la gente. Por eso el mercado atiende mejor los deseos que las necesidades. Si vos tenés la necesidad de alimentarte y no tenés plata (consumidor alimentario insolvente) es tu problema” sentencia Seminario y enseguida abona la reflexión con un ejemplo: “La industria alimentaria de procesados finales tiene una publicidad centrada en despertar el deseo de consumir determinada cosa o pertenecer a la clase que lo puede pagar. El packaging para el deseo, muchas veces, está pensado para alimentar status porque el deseo de pertenecer permite agregar valor comercial. Así, el precio de un alimento tiene un alto componente ligado al marketing. En esto consiste gran parte de la diferenciación para ‘crear valor’”.
Pero de repente Seminario frena el tractor, otea el horizonte y acelera desafiante: “Hay un tema que tenemos que discutir en profundidad que es la creación de valor. ¿Qué valor queremos crear? Vender a granel sin packaging sería recuperar el valor desde lo puramente nutricional para que llegue a más gente, pero eso no se logra porque lo que prima es el valor centrado en lo comercial. El deseo se monta sobre la expectativa creada por el mercado a través de la publicidad, es decir, en este caso, el deseo se transforma en una necesidad, estimulada hasta la manipulación. Te llevan a un estereotipo donde vos no querés nutrirte, querés ser flaco. O te inducen a una alimentación tan sofisticada que pierde lo esencial de la nutrición. Hacer que camines hacia el deseo es una forma de control. El mundo capitalista parece ir desnaturalizando el concepto de valor. La industria alimenticia montada sobre el deseo y la expectativa nunca va a considerar el alimento como un bien común, o sea, de propiedad o de beneficio de una comunidad. Porque el alimento, como bien común, no puede ser un objeto de deseo sino de necesidad. Por supuesto que puede haber un mercado para satisfacer un determinado deseo individual de comer, pero ello debe ocurrir a la par de que estén garantizados el acceso a los alimentos, y a la alimentación como necesidad y derecho universal”.
Seguridad y soberanía alimentaria
Si como suele decirse, donde hay una necesidad hay un derecho, la pregunta entonces es ¿cómo hacemos para que tenga vigencia el derecho humano a alimentarse? Seminario va al grano y confirma que “ese es el nudo, porque es un derecho que no puede esperar, tengo que comer porque si no como me muero” y plantea dos conceptos fundamentales para dar respuesta a esa pregunta: soberanía y seguridad alimentarias.
“Soberanía alimentaria se logra cuando se garantiza que una persona pueda comer en función de sus hábitos y cultura. Quien atenta muchas veces contra esa soberanía es la comida industrializada, cuando avasalla la generación de alimentos y los recursos alimentarios culturalmente locales, lo que genera que la persona se desnaturalice de su anclaje territorial”, señala Seminario alertando sobre quiénes ponen límites a la soberanía.
“Una definición de seguridad alimentaria es la adoptada a través de la Declaración de Roma sobre la Seguridad Alimentaria Mundial de 1996, la cual establece que “existe seguridad alimentaria cuando todas las personas tienen en todo momento acceso físico y económico a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades alimenticias y sus preferencias en cuanto a los alimentos a fin de llevar una vida activa y sana”.”[7]
“(…) la cuestión de la seguridad alimentaria reviste distintas aristas o aspectos, con lo cual deberá ser considerada de manera multidimensional teniendo en cuenta:
– Acceso a los alimentos (engloba cantidades, precios y niveles de ingreso compatibles con la adquisición de alimentos, o en su defecto la provisión de los mismos, para una nutrición adecuada);
– Disponibilidad (oferta “cercana” en cantidades suficientes de alimentos de calidad);
– Utilización/Funcionalidad (lograr un estado de bienestar nutricional en el que se satisfagan todas las necesidades fisiológicas a través de una alimentación adecuada, agua potable, sanidad y atención médica – hábitat alimentario -);
– Estabilidad (acceso a los alimentos adecuados en todo momento)” [8].
Seminario destaca que la definición de seguridad alimentaria tiene distintos enfoques y que éstos dependen según dónde se la vea: “desde los países desarrollados, se vincula con la inocuidad o salubridad del alimento; desde los países subdesarrollados o emergentes, el enfoque es poder acceder a una dieta diaria que te permita evolucionar biológicamente y desarrollarte como ser humano. Antes se medía la seguridad alimentaria por kilocalorías consumidas y por eso el gordo se suponía que era una persona que tenía acceso a la alimentación adecuada hasta que empezaron a aparecer cada vez más gordos pobres. La persona obesa tiene la energía suficiente como para juntar grasas, pero tiene desbalances nutricionales de distinto tipo. Ahora se hace eje en la buena nutrición. ¿Pero qué pasa con el consumidor insolvente? Entonces aparece el tema de la inseguridad alimentaria. Porque cuando no tenés seguridad, aparece el miedo”.
“La inseguridad alimentaria genera ‘miedos y culpas’ en las personas e impacta en sus comportamientos debilitando, y muchas veces bloqueando, el ejercicio de la libertad. Sin alimentos en la mesa familiar no hay ejercicio de la comensalidad donde se constituye el espacio de alimentación biológica, afectiva y espiritual (ética), que deriva en la seguridad para una existencia donde poder ejercer la libertad. En definitiva, la seguridad alimentaria es una condición necesaria para el desarrollo de una sana subjetividad”[9].
Pero la seguridad alimentaria desde la visión de Seminario, además de ser definida, sirve para definir: “la cuenca fotosintética es un espacio de seguridad alimentaria pues aporta los recursos para abastecer a las poblaciones de alimentos y permite el desarrollo de la vida socio cultural del entramado comunitario en áreas agrorurales urbanas, como en la ecoregión de El Cerrado[10] de Brasil, donde pequeñas ciudades que reunían veinte mil habitantes hoy están habitadas por doscientos mil pobladores. Si la cuenca fotosintética la abordamos desde la seguridad alimentaria se convierte en un fluir de bienes que puede garantizar alimentación para todos. Si la seguimos encarando como un negocio de la industria alimentaria es una góndola a la que no todos acceden.”
Y Seminario, para reforzar el concepto, abandona tierra y navega subido a una metáfora marina: “Tenemos que estar todos en el mismo barco, en el barco de la cohesión social; si querés en distintos camarotes, pero nadie en el agua agarrado a una soga. Y el barco tiene que garantizar que el camarote mínimo cumpla con los derechos que garanticen la dignidad humana y en ese caso, la seguridad alimentaria es el primer derecho luego del de la vida. Lo que no contempla la lógica de la industria alimentaria es que, si la gente no tiene ni plata ni tarjeta para ir al supermercado, va a ir igual, y no precisamente a comprar. La seguridad alimentaria es estructuradora de la sociedad, porque una persona mal nutrida y con hambre es una persona en el agua. Es una persona desesperada pegando manotazos para mantenerse a flote”.
Seguridad alimentaria, autopofagia y cambio de paradigma
Seminario no deja que el árbol le tape el bosque: “En la actualidad se combina una lógica de mercado que ignora a aquel que no puede acceder a comida (no es su tema), con un Estado que lo asiste con alimentos que no lo nutren de la manera adecuada (hace lo que puede)”.
De acuerdo al Panorama de la Seguridad Alimentaria y Nutricional 2018 elaborado por el Fondo de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO) el hambre afecta a39,3 millones de personas en América Latina, donde además 250 millones viven con sobrepeso, lo que equivale al 60 % de la población regional[11]. En este punto Seminario es tan categórico que nos lleva a la crudeza de la autopofagia: “Cuando una persona no come, ‘se come’. Se come su propio cuerpo. Un desnutrido es aquel que no tuvo acceso a una buena nutrición y se comió a sí mismo”.
“La persona tiene que vivir con un cuerpo bien nutrido. Millones de seres viven en la inseguridad alimentaria que es la dificultad de no poder acceder todos los días al recurso básico de la alimentación. ¿Pero qué o quién garantiza el poder de compra a quien no lo tiene?”
Y para responder la pregunta Seminario retoma el concepto de la cuenca y propone: “La cuenca fotosintética sudamericana es un espacio de seguridad alimentaria, es un espacio humano, social y cultural. Y desde esta perspectiva, hay varias cosas para hacer. Una puede ser aplicar el concepto agroecológico, que no es lo mismo que producción orgánica, que es una manera de producción con sello de garantía a partir de un protocolo. Lo agroecológico es el proceso de emplear cada vez menos insumos, es un proceso en transición y se lo crítica por ser menos eficiente en el uso de la energía del sol y ser menos competitivo en términos de productividad” pero, señala el agrónomo, esto puede superarse porque “se están desarrollando técnicas para mejorar esas debilidades, lo importante es que se basa en un nuevo paradigma de producción y consumo”.
Desde su mangrullo Seminario propone: “Otra cosa que se puede hacer es sumar a las universidades para contribuir en la definición de ese nuevo paradigma y que de esta forma puedan cumplir con su rol de agregar valor social, además de atender inquietudes de los que aportan los recursos para hacer investigaciones y programas de capacitación sin interpelar lo establecido. ¿Las necesidades del consumidor insolvente quién las atiende? ¿Sólo el Ministerio de Desarrollo Social? Las escuelas de agronegocios y sus trabajos sobre el sistema agroalimentario ¿sólo ponen el foco en lo comercial y las tendencias de la demanda de consumidores solventes? En una Latinoamérica con inseguridad alimentaria el abordaje interdisciplinario del sistema agroalimentario no puede eludir la interrelación de los distintos actores en la gestión de la fotosíntesis y los recursos implicados: energía solar, tierra, aire, agua, oferta genética de la naturaleza, conocimientos, tecnologías, mercados, actores en los eslabones de las cadenas, el sujeto agrario –agricultores– en sus diversas versiones (empresarios, chacareros, agricultores familiares, campesinos e indígenas) y consumidores externos y locales (tanto solventes como insolventes).”
“Hay que jerarquizar y fortalecer en la conversación universitaria el rol de la extensión cómo vínculo con la sociedad y salirse de la lógica predominante del paper. ¿Si la universidad no se replantea qué es valor y el concepto de creación de valor, desde cuál paradigma está formando a los estudiantes?” interpela Enrique Seminario manejando el tractor del extensionismo por la inmensidad de la Cuenca Fotosintética Sudamericana, invitándonos a seguir la huella que nos lleve al bien común. O a perdernos en una lógica de mercado sin rumbo.