El gobierno de Mauricio Macri dio frutos importantes, pero aún quedan pendientes cambios de fondo que requieren urgente atención
Por Eduardo Fracchia
Mauricio Macri se encamina seguramente a su segundo mandato presidencial con un conjunto de logros evidentes, pero también con una serie de amenazas y tareas pendientes que requieren urgente atención sin lugar para ideologías. La literatura sobre ciclo económico apoya la victoria del oficialismo, bajo la tesis de la conocida expresión americana “¡es la economía, estúpido!”.
La evolución de la economía argentina durante estos años está teñida de claroscuros. La coyuntura está muy repetitiva desde 2012 sin que se concreten con velocidad los temas de agenda que se vienen formulando. El crecimiento promedio del modelo kirchnerista no fue sólo viento de cola. Aún en un contexto no del todo favorable para la economía mundial, son tímidas las señales de enfriamiento en nuestro país. El consumo privado sigue creciendo a buen ritmo, pero por el otro lado el ahorro doméstico es cada vez menor. El 80% de la población no se preocupa por inversiones alternativas y consume, en la práctica, todo su ingreso. En el futuro, se necesitará mantener un rol más determinante de la inversión, por encima del consumo como venimos observando.
La evolución de la inversión, de hecho, también muestra señales contradictorias; aunque en el 2018 crecería cerca del 12%, su participación en el PIB se ubica alrededor del 18%, un cociente bajo para sostener un buen ritmo de expansión futura.
Por el lado de las importaciones, se prevé que en 2018 crezcan fuerte y lleguen al valor de US$ 70.000 millones. Este crecimiento es en buena medida reflejo del dinamismo de la economía. La apreciación real del peso complica el cierre de la brecha externa. El tipo de cambio real está cada vez más cerca del 1 a 1 del final de la convertibilidad, aunque el tipo de cambio real multilateral está aún por encima del de entonces.
El panorama fiscal evidenció resultados en general favorables en la era inicial kirchnerista, pero se observan tendencias preocupantes desde el primer mandato de Cristina que no se han revertido. La película es peor que la foto. La prociclidad del gasto es particularmente peligrosa. Los subsidios a la energía se reducen, pero a ritmo lento. No estamos ahorrando para enfrentar “futuros cisnes negros”.
La inflación es uno de los grandes problemas para la economía en la segunda mitad del mandato de Macri, sobre todo porque limita los avances en materia social. Aunque los salarios reales privados crecieron en 2017 los salarios reales públicos siguen cayendo. En el mismo sentido, la distribución del ingreso no mejoró durante la administración de Cambiemos con un Gini (indicador convencional de distribución) peor que el promedio de Menem. La pobreza sigue afectando al 28% de los hogares. En suma, la inflación fue hasta ahora más perjudicial que el derrame del crecimiento.
En este marco, el gobierno de Macri deberá apostar en los dos años que quedan por el equilibrio fiscal y externo. El año 2018 ya está jugado. Se espera un crecimiento cercano a 3%. Se dará un tipo de cambio estable y tasas de interés más bajas. Habrá que monitorear la dolarización de portafolio, fiel reflejo de la incertidumbre existente.
Varias reformas deberá encarar esta administración después de ganar las elecciones. Una de las primeras cuestiones será la búsqueda de una tasa de crecimiento sostenible. Un incremento en el ritmo de crecimiento del consumo público y privado es deseable. Por otra parte, voces de “ajuste” como mecanismo natural para disminuir la inercia inflacionaria son peligrosas.
Dicho ajuste podrá tener consecuencias indeseables en el corto plazo. Por ejemplo, el impacto inflacionario de la eliminación de los subsidios y regulaciones no es despreciable. El ordenamiento fiscal debería acompañarse con una política monetaria contractiva con tasas de interés no tan elevadas. Para eso se debería persistir, al menos parcialmente, en la independencia del BCRA, que fue históricamente cooptado por el Ejecutivo.
El otro gran frente en el que se debe trabajar es el de la competitividad, puesto que el retraso argentino en comparación con la evolución de las multilatinas en la última década es sintomático. Argentina debe reformular su perfil productivo con políticas activas y la organización económica de 2018 en adelante debería tender a ser en cuanto a incentivos más cercana a Perú, Chile o Uruguay.
Se necesitan cambios de fondo. Se espera, por ejemplo, ministerios como los de Educación, Ciencia y Tecnología más proactivos. En definitiva, el modelo precisa un ajuste integral. Estos dos años dieron frutos parciales importantes, pero la continuidad de algunas de las actuales políticas llevará inevitablemente al deterioro de los logros alcanzados y a sustos innecesarios. El tiempo todavía juega a favor en el escenario internacional en el apoyo de la opinión pública.