“Esfuerzo propio y ayuda mutua”, resume Alejandro Besuschio, de 47 años. Cuenta que esos son algunos de los pilares fundamentales de la organización sin fines de lucro Vivienda Digna, que trabaja en proyectos de autoconstrucción de viviendas y urbanización de tierra para familias de escasos recursos desde hace 38 años. Alejados del concepto de asistencialismo y enfocados en generar mayores oportunidades con un plan estratégico 2020, la ONG avanza y beneficia cada vez más a un mayor grupo de personas que, a conciencia, obtienen el calor de un hogar tras más de un año de trabajo en el que son dirigidos por especialistas. Y a sabiendas de que deberán devolver el dinero que les otorgó la fundación en un plazo de 20 años.
Besuschio es licenciado en Organización de Empresas. “Un 98% −aclara−, porque no estoy recibido”. Algunas materias difíciles como Análisis II y III dejaron esa apuesta en el tintero, pero no la de hacer una maestría en organizaciones sin fines de lucro, que concretó en la Universidad de San Andrés, y el Programa de Formación de Directores de la Construcción en el IAE, al que define como una “gran bisagra” en su vida.
Cuando en 1999 tomó el programa que el IAE dictaba junto con la Cámara de la Construcción en su primera edición, él ya trabajaba en una empresa de ese rubro. Sin embargo, admite que lo que le cambió verdaderamente su rumbo profesional fue integrar la Comisión de Desarrollo Social del IAE, del que formaban parte, entre otros, el actual ministro de Transporte de la Nación, Guillermo Dietrich. “Ahí quedé enganchado con todo lo que era trabajo social como voluntario, haciendo algunas tareas”, continúa. Y el viraje se dio porque, al tiempo, recibió una llamada del fundador de Vivienda Digna, Mario Franzini, para que se sumara al proyecto. Hoy, es el director ejecutivo desde 2009.
“Hay un antes y un después de tener una vivienda adecuada”, afirma, en sintonía con la ONG a la que le dedica la mayor parte de sus días y a la que sigue apostando. Es una fundación distinta, porque el ida y vuelta con los beneficiarios es permanente, en especial porque se les exige a las familias requisitos mínimos, pero relevantes para que los objetivos se cumplan.
“La idea es que la familia participe y empiece a adquirir determinadas capacidades, como el trabajo en equipo. Cada familia tiene un rol en el proceso. Algunos hacen el presupuesto; otros hacen de pañoleros, y demás”. Destaca que, por lo general, no suelen trabajar con familias del primer percentil social, sino con aquellas que no tienen un trabajo formal “y que hacen changas, que tienen un ingreso determinado, pero que no cuentan con acceso al crédito o a un trabajo formal; que viven con los padres o que construyen en el fondo de la casa de los padres o alquilan una vivienda que no termina de ser muy digna”.
Actualmente, están trabajando fuertemente en el partido de Pilar, en la localidad de Derqui, donde hace un mes inauguraron 50 viviendas. Por otro lado, están reacondicionando 48 lotes con servicio y urbanizando “toda esa zona”. La fundación trabaja en Boulogne, José León Suárez, San Fernando, Tigre, Pilar, Santa Fe y Misiones.
“Con la devolución que hacen las familias, vamos comprando otras tierras donde poder seguir construyendo”, añade Besuschio, mientras explica que, por ejemplo, en Derqui, el terreno fue donado por los salesianos con el compromiso de hacer viviendas y que los fondos principales de la fundación provienen, en parte, de privados y, en parte, de la Subsecretaría de Vivienda de la Nación. Además, algunos socios aportan mensualmente y también hacen eventos de recaudación. Actualmente, hay alrededor de 1200 donantes mensuales. También, cuentan con empresas o individuos que realizan aportes aislados.
Cada casa posee su escritura. Las viviendas tienen 56 metros cuadrados de material, dos dormitorios, un baño y un living comedor. Gracias al techo de losa, las familias pueden seguir construyendo. Deben devolver el dinero recibido dentro de los 20 años y con cuotas bajas. “Ellos trabajan por un sueño; por ende, hay una motivación altísima por avanzar”, agrega.
Uno de los tantos beneficios que ofrece el programa es el corralón de materiales, donde trabajó Besuschio en sus inicios. “Se implementó hace 13 años. Busca que empresas o particulares que están haciendo obras o que tienen materiales de construcción o mobiliario puedan donarlo a Vivienda Digna, que, a su vez, lo revende en un depósito de Boulogne tras reacondicionarlo en un taller especial. Allí, las familias de la fundación pueden comprar y pagar a un cuarto del valor de lo que sale en el mercado”, explica.
Otro de los beneficios es el programa de microcréditos, que otorga a cada una de las tres familias que conforman un grupo que quiere mejorar su vivienda un crédito que va entre los 8000 y los 15.000 pesos. Para ello, deben ser garantes solidariamente entre sí. “Eso deben devolverlo en seis u ocho cuotas”, agrega Besuschio. Antes de otorgar el crédito, no solo va una trabajadora social hasta la casa de la familia, sino también alguno de los 35 arquitectos voluntarios del equipo.
Para quienes trabajan en Vivienda Digna, el compromiso de las familias es fundamental. La idea es que al final del camino sientan apego por ese lugar donde vivirán o donde ya viven, en el caso del programa de microcréditos.
Con los diferentes proyectos, han logrado ver grandes cambios en las familias que participan, cambios que son muy reconfortantes para seguir adelante con la fundación. “Nos dicen, por ejemplo, que, a partir de tener la casa, a uno de los hijos le va mejor en la escuela o que pueden invitar amigos al cumpleaños del hijo o celebrar Navidad o Año Nuevo en su casa. Y que no tienen que mudarse tanto. Hay familias que se mudaron 14 o 15 veces en su vida. Además, presentan mejores índices de salud, porque cuando no vivís en un lugar adecuado, podés tener problemas respiratorios, por ejemplo. También nos cuentan que pueden acceder a algo tan importante como un trabajo fijo por tener domicilio”, enumera el director ejecutivo. El costo actual de una casa ronda los $ 500.000 y “las cuotas se actualizan por el índice de la inflación cada seis meses. O por el índice de la Cámara de la Construcción del nivel general o el índice del salario más bajo”.
Sobre el final de la entrevista, admite que su incursión en el IAE representó un antes y un después en su vida profesional: “El IAE fue una bisagra. (…) El programa que tomé fue revelador y me abrió los ojos a un mundo y a una capacitación que no conocía. Me dio muchas herramientas de gestión; me permitió vincularme con pares. Me conectó con temas relacionados con la planificación estratégica, que en ese momento no los tenía tan visibles. También me proporcionó herramientas de control de gestión, indicadores, todas cuestiones que de alguna manera me sirvieron muchísimo para mi desarrollo profesional”.
“De mi trabajo me gusta poder cambiar la realidad de mucha gente y me motiva poder liderar un grupo de 60 personas. Nos fijamos año tras año objetivos más ambiciosos, como el plan estratégico 2020, en el que definimos que vamos a crecer en escala con el programa de los microcréditos y tener cuatro corralones de materiales en otras localidades”. Besuschio hace un seguimiento del plan estratégico y de los objetivos anuales cada día.
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