El mundo y, especialmente, nuestra región están viviendo cambios impensados hace un año y medio. La aparición de la crisis ha sido rápida, intensa, general y profunda; aún desconocemos su alcance, su duración y el abordaje definitivo de las soluciones. Hablar del 2019 ya suena a prehistoria, convencidos de que hay que empezar a construir un futuro diferente, hasta en nuestros modos de relacionarnos. Estamos sobresaturados de propuestas de escenarios que varían de forma constante y con una sobreinformación que nos quitan el tiempo y la concentración, y la mayoría de las veces no nos ayudan a mantener la calma y el reposo necesarios para concentrarnos en lo importante. Nuestra vulnerabilidad se ve evidenciada – por primera vez en mucho tiempo– hasta llegar en muchos casos a vivir momentos de angustia y desesperanza.
Pero es, precisamente, desde allí que debemos empezar a reconstruir el futuro. Deseamos dejar una huella indeleble de nuestro paso por este mundo. Y si no somos nosotros, la clase dirigente, la que se pone el desafío a los hombros, es muy probable que esta mejor sociedad a la que aspiramos quede solo en una utopía.
Debemos buscar el objetivo más ambicioso que los seres humanos deseamos en este mundo, que es vivir en paz y de manera próspera. Por eso, hay que empezar a actuar ayudando a los demás a ver las realidades que vivimos, no como problemas imposibles de solucionar, sino como desafíos que nos llevarán a tener un espíritu optimista, capaz de cambiar realidades. La ocasión hay que crearla, no esperar a que llegue.
Chesterton solía decir que “el optimista es el que sostiene que vive en el mejor de los mundos posibles; el pesimista es el que se lo cree”. Nos ha tocado vivir esta realidad, para mejorarla y hacer de nuestro entorno, con los talentos recibidos que nos han puesto en un lugar de liderazgo en la sociedad, un lugar donde se pueda vivir en paz y crecer en comunidad. En la familia, en el trabajo, con nuestros amigos. Si somos pesimistas del futuro, nos paralizamos y los cambios no se realizarán.
A pesar de las contrariedades que vivimos, de la necesidad de estar remando a contracorriente, de las habituales malas noticias que nos llegan por los medios, y aunque suene contradictorio, repito, es la hora del optimismo. Es la actitud de un líder, con los pies bien puestos sobre el piso, pero con el corazón y la cabeza que saben volar por encima de la tormenta para ayudar a tanta gente a alcanzar lugares donde no llegarían por sus propios medios.
Con esta actitud cambiará nuestro modo de ver la realidad y podremos vivir este sabio consejo que me dio mi padre: “No te olvides que a veces hace falta tener al lado caras sonrientes”.
*Guillermo Fraile es Profesor Titular del Área Académica Economía y Finanzas del IAE Business School.