En Estados Unidos, la novedad es el regreso de Trump a la presidencia. Gobernará un país que ha heredado una economía sólida bajo la administración de Biden, caracterizada por crecimiento económico, bajo desempleo y buenos indicadores en los mercados de capitales, bonos y acciones. La Reserva Federal (Fed) ha iniciado un ciclo de reducción de tasas de interés, aunque este proceso podría ser moderado debido a las presiones inflacionarias actuales y las previstas durante el mandato de Trump.
El aumento de aranceles, especialmente en el comercio con China, y la reducción de impuestos a los sectores más ricos podrían aumentar el déficit fiscal y, por ende, la inflación. Se espera que el proteccionismo de Trump afecte el tipo de cambio del yuan, provocando su devaluación y, como consecuencia, una apreciación del dólar. Este fortalecimiento del dólar podría llevar a una caída en los precios de las materias primas a nivel mundial.
En cuanto a la política energética, Trump impulsará el desarrollo de hidrocarburos, tanto shale como convencionales, en línea con su escepticismo hacia la Agenda Verde. La interacción entre el Presidente y la Fed podría generar tensiones, ya que Trump prefiere tasas bajas, en contraste con la postura más moderada del actual titular de la Reserva Federal, cuyo mandato se extiende hasta 2026.
En Europa, Alemania sigue enfrentando dificultades económicas. Su crecimiento proyectado para 2025 es nulo, debido a la pérdida de competitividad de su modelo industrial exportador y las restricciones energéticas resultantes de la guerra en Ucrania.
China, por su parte, mantiene un ritmo de crecimiento más lento, en torno al 5%. Su posición geopolítica es clave, dado su apoyo implícito a Rusia en una alianza de autocracias contra Estados Unidos. La situación con Taiwán podría escalar, aunque Trump, fiel a su estilo, buscaría resolver rápidamente conflictos internacionales como el de Ucrania y Rusia o un eventual conflicto con Taiwán.
En la región, destaca la devaluación del real brasileño, que ha perdido un 25% de su valor debido a desequilibrios fiscales. Aunque Brasil crece al 3% con baja inflación, la presión del gobierno de Lula por bajar las tasas de interés podría desestabilizar el panorama monetario.
En Argentina, no se prevén grandes shocks externos. La actividad económica caerá un 3% en 2024, pero se espera un rebote del 5% en 2025, con una recuperación desigual entre sectores. Los sectores vinculados a las materias primas, como Vaca Muerta, la minería y la producción agropecuaria, tendrán mayor dinamismo, aunque el atraso cambiario sigue siendo una preocupación.
Es fundamental implementar políticas que favorezcan la competitividad, como la reducción de impuestos y reformas estructurales. El programa fiscal del gobierno actual, que apunta a bajar el riesgo país y la inflación (proyectada en 30% para 2025), será clave. También se espera que el tipo de cambio anclado, mediante un crawling peg del 1% mensual, complemente el ajuste fiscal.
El cepo cambiario debería eliminarse después de las elecciones, idealmente acompañado de financiamiento adicional del FMI para fortalecer las reservas. En cuanto al régimen cambiario, el debate sobre la conveniencia de adoptar un tipo de cambio flotante sigue abierto.
El próximo año será crucial para avanzar en reformas estructurales —previsional, tributaria y laboral— que permitan un crecimiento económico sostenido y una disminución de la pobreza. Estas medidas también ayudarían a consolidar un modelo económico más sólido.
Las elecciones presidenciales de 2025 serán un factor determinante. Según las proyecciones, Javier Milei tiene altas probabilidades de ganar, lo que podría otorgarle mayor gobernabilidad para impulsar reformas sin recurrir excesivamente a decretos y vetos. Sin embargo, la competencia será intensa, especialmente en el conurbano bonaerense.
En síntesis, el año 2025 ofrece oportunidades para consolidar el modelo económico actual y abordar las vulnerabilidades pendientes.
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Fuente/Copyright: Eduardo Fracchia