Juan Fernández Miranda, empresario pyme, exjugador de la Selección Nacional de Rugby (Los Pumas), y exjugador y entrenador del Club Hindú, participó del Ciclo de Actualidad “Trayectoria laboral: El desafío de reinventarse”. Entrevistado por Ruben Figueiredo, profesor del área de Comportamiento humano del IAE Business School, nos contó su experiencia.
–¿Cómo empezó el amor por el rugby?
–No empezó por nosotros, mi papá nos llevó al club y no tuvimos elección. Hay un microclima familiar que nos fue atrapando en este tiempo. Fue como una herencia. Se generó una pasión por el deporte muy fuerte que todavía no la pudimos apagar. En mi casa se hablaba y se vivía rugby. Como castigo tengo cuatro hijas mujeres, ya no hablo más de rugby, hablo de hockey ahora.
–¿Qué te dio el rugby?
–La pasión que sentí por el juego siempre fue muy grande. Los entrenadores nos pedían no tener límites en lo que uno sueña y en lo que uno quiere. Nos hablaron de que siempre se puede aprender algo nuevo, que no te quedes con lo que pasó. Es nuestra forma de vivir, no entendemos lo que es quedarnos mirando atrás. Tengo una dedicación enorme por este deporte. Te da una satisfacción tan grande que te hace mejor padre, mejor amigo y mejor en tu laburo. Genera una energía positiva que se puede trasmitir. Y no hablo del éxito deportivo como el logro en sí. En los más de 40 años en Hindú no todo fue positivo, hubo descensos también, pero siempre hay que encontrarle una salida positiva a la situación.
–También jugaste en Los Pumas, ¿cuáles son las diferencias de jugar con tu club?
–Los desafíos eran distintos. En el club conocías todos los rincones, todas las personalidades, quién era quién. Pero tanto en el club como en el seleccionado nos hablaron de humildad. Mi viejo era un loco de eso; nos ponía en tierra al minuto, nunca podías creerte que eras algo superior. En el seleccionado hay que adaptarse a situaciones distintas, hasta de formas de jugar. El juego que había en Los Pumas era diametralmente distinto al nuestro. Mi entrenador en Hindú de ese entonces, Tito, nos decía que de todo se aprende y que buscara sacar lo mejor, para después llevarlo al club y así nos enriquecíamos todo. Todos los entrenadores te dejan algo, realmente es así.
–¿Dejaste el rugby porque el deporte te abandonó o fue una decisión planificada?
–Como jugador experimentado podés jugar el tiempo que quieras. Pero adentro mío el clic lo hice en un partido contra Pucará. En el tercer tiempo me senté en la mesa y vi que todos eran más jóvenes que yo. Ahí me di cuenta de que no estaba disfrutando del todo. “Voy a terminar siendo un tipo negativo dentro de un grupo que la pasa muy bien”, pensé. Quedaban tres meses para terminar el torneo, entonces me preparé de la manera más profesional posible, sin decirle nada a nadie. Faltando dos minutos del último partido me desgarré. Era el final para retirarme. Me fui contento del deporte. Como jugador le había aportado todo lo que podía a mi club. La decisión ya la había masticado mentalmente. Hay señales que te va dando tu cabeza.
–¿Te fuiste con la idea de ser entrenador?
–No, me fui con la idea de que hasta acá llegó mi etapa de jugador. Lo de ser entrenador surgió a las tres semanas, cuando me ofrecieron hacerme cargo de la primera en la temporada siguiente. Pasamos de ser los buenos a ser los malos de nuestros amigos. Pero como jugador, ya en los últimos años nos sentábamos en la mesa con los entrenadores para que haya un ida y vuelta, un hilo conductor, para ser la conexión entre los entrenadores y los jugadores en la cancha. Preparábamos los entrenamientos, las situaciones de partido. Teníamos una gimnasia. Pero igual pasé a tomar decisiones, como decidir quién juega y quién no. Hubo situaciones de choque que al principio cuestan. Pero entrenar es como el vino: se va añejando. Al principio tenes errores, decís cosas que no queres decir. Tenes que buscar el punto en que convences al otro sin bajar línea, permitiendo que haya un ida y vuelta. A veces uno por inseguridad no quiere esperar una respuesta.
–Lo hiciste dejar de jugar a tu hermano. Eso no habrá sido fácil.
–A mis dos hermanos los hice dejar. Nico, que es el emblema del club y que tiene dos años más que yo, y Toto, que tiene dos años menos que yo. A Nico lo cuidábamos en la semana para que llegue bien al sábado. Tenía 38 años. Entrenaba con todos chicos jóvenes. En la última etapa se peleaba más con todos porque estaba de mal humor, porque los chicos de 20 años rendían de forma distinta. Son situaciones lógicas de choques, que están en distintas etapas. Entonces en un partido en Mar del Plata, después de un partido me senté con Nico en el cordón de la calle del hotel. Había llamado a una psicóloga para prepararme para tener esta conversación con él, que me dijo que sea bien franco. Nos quedamos charlando 40 minutos. “Creo que le diste al club un montón, pero quiero que empieces a pensar que el lugar es para Toto y para los más chicos que vienen atrás. No quiero que te recuerden en el club como un viejo gruñón. Podes construir de otro lugar algo mucho más fuerte”. Me dijo que lo iba a pensar. El siguiente partido, que era contra San Albano, perdimos muy mal. En el entrenamiento siguiente vino y me dijo: “Hasta acá llegué, gracias por todo”.
–¿Y con Toto?
–Toto empezó a tomar ese rol que había dejado Nico hasta que al año siguiente vino un pumita y lo pasó por arriba. En un entrenamiento le dijimos que iba a jugar menos, porque iba a jugar el otro para ganar experiencia.
–Nosotros a veces buscamos ver la motivación que hay en actividades que no tienen que ver estrictamente con empresas, nos interesa ver el tema amateur. ¿Qué cosas estamos haciendo no del todo bien en organizaciones que la gente sin cobrar nada tiene una motivación fantástica y cuando va a una empresa ni por plata lo hace?
–Lo importante es ser la mejor versión de uno mismo que se pueda ser, en su lugar, en su deporte, en su familia. Y tratar de ser abierto a aprender. Ser lo más optimista. Todo el tiempo vamos a estar aprendiendo. El problema es cuando crees que la gran verdad es la tuya.
–¿Cómo lograbas el equilibrio entre tu vida personal, profesional y el deporte?
–La realidad es que el rugby para mí era parte de mi ser, no tenía que estar estudiando el rugby para jugarlo. Cuando un chico en Hindú sale campeón, le recordamos que el lunes tiene que ir a la facultad. La vida no es un resultado, no son 80 minutos de un juego, es mucho más.
–¿Cómo es tu vida de empresario?
–Mi viejo tenía un juego de platería, y puso con un amigo un negocio chico de trofeos. En 2001, el país tuvo sus problemas y no pudo llevarlo adelante, entonces nos dijo que nos hiciéramos cargo, que cuando vayamos a jugar al rugby, vendamos trofeos. La primer copa que vendí fue a Atlético de Rosario. Hoy tenemos una fábrica con 20 empleados. Uno de los proveedores más grande nos vendió su marca. Nos la dejó más por la relación que generamos con él, que por lo que le pagamos. Si toda la energía que le dedicaba al rugby la invertía en trabajar, tal vez estaría mucho más cómodo económicamente. Toda la experiencia del rugby la metimos en nuestra fábrica.
–¿Cómo qué?
–Las habilidades que tenes que tener para no confrontar. Ser claro sin confrontar. Lo mismo trato de hacer en el laburo. Y no llevo los problemas del rugby al laburo. No hay que mezclar las aguas, aunque las experiencias de uno y del otro te nutren para las relaciones interpersonales y para ponerte en el lugar del otro. También lograr generar un microclima donde todos vengan a laburar con ganas. Ser un poco multifacético dentro de las empresas.
–Trabajaste en la parte de gestión deportiva con Sergio Massa como intendente de Tigre.
–Sí, me ocupaba de la gestión de los entrenadores físicos. Trataba de que los tipos crezcan y se lleven algo más que cobrar e irse a sus casas. De 7 polideportivos que había cuando llegamos pasamos a 16. De 200 profesores de educación física, creció a 700. Los capacitábamos para que se lleven algo más. Hubo grandes eventos como cuando llevamos a los chicos de las escuelas de tenis a conocer a Roger Federer. O llevar a los chicos a conocer el mar cuando ganaban un torneo. En la gestión estuve 6 años, los últimos dos fueron más dedicados a armar un proyecto nacional. Tenía treinta y pico de años y fue una experiencia tremenda que me ayudó para ver realidades distintas. Hubo cosas que no me gustaron, pero como en todos los ámbitos que hay situaciones donde decis que yo no actuaría así, pero fue espectacular.
–¿Cómo fue tu experiencia de jugar profesional en Francia?
–Al principio fue duro. No habla francés y jugaba en una posición donde tenía que trasmitir bastante. Terminé casi peleado con el capitán por la no comunicación clara. De a poco fui encontrando un lugar dentro del grupo. Pero quería vivir la experiencia de jugar profesional para tener claro como es el rugby así y salir de mi zona de confort, que era Hindú. Encontré que está bueno abrirte y salir de tu forma de pensar. Estaba a la defensiva al principio, hasta que pensé en disfrutarlo, en que podía aprender algo. Lo más difícil es romper tus propios miedos, tu inseguridad. En todos los ámbitos, todos la queremos pasar bien. Hay que encontrar la manera.
–¿Cómo es tu trabajo en el rol de jefe?
–Tito, mi entrenador en Hindú, me decía que cuando quiera hablar con un jugador o con un empleado, tenía que tener tiempo. Sentarme y quedarme hasta tarde hablando, lo que sea necesario, y dejar que primero hable el otro, sin querer transformar cabezas. Si el diálogo es corto, seguramente va a haber un choque y no va a haber un entendimiento.
–¿Cómo hacen en Hindú para ganar todos los años y no perder la motivación?
–No nos quedamos mirando la foto de atrás. Es lo primero que hacemos. Cuando empezó el año, después de haber ganado por cuarto año consecutivo el Nacional de Clubes, dijimos: “Bajemos del elefante (el símbolo del club, donde todos nos subimos cuando salimos campeones)”. Cuando empieza la pretemporada se habla de bajarse del elefante. Con humildad comienza un nuevo camino y hay que construirlo todos los días. La victoria se construye en 365 días. No es que uno sale solamente en la final a jugarse la vida por el tipo que tiene a lado. Nos divertimos en los momentos que no son de rugby, y en los que son, disfrutamos. Uno tiene que lograr que el eslabón que cumpla en el rugby (o en la empresa) no se rompa y dar siempre su máximo.