Aún no pasó enero y todo parece indicar que, en materia de inteligencia artificial, 2025 traerá novedades cada vez más disruptivas. Los eventos asociados al surgimiento de DeepSeek son una muestra de ello. Y, si bien en el plano tecnológico las repercusiones son muy relevantes pensando en la difusión rápida de la IA generativa, también es cada vez más necesario saber leer estas disrupciones desde la perspectiva de su impacto macroeconómico. Algunas consideraciones al respecto, muy breves y preliminares:
❶ En principio, asombra la volatilidad de las acciones de las principales compañías involucradas en el sector (Nvidia, Microsoft, etc.). Pero, ¿de verdad, esto debería sorprendernos? Teóricamente, el precio de una acción no es sólo una cuestión de demanda y oferta. Un inversor racional valora una acción descontando los flujos futuros de ingresos de la empresa (y, por lo tanto, sus ganancias esperadas). Esto claramente tiene una cuota de discrecionalidad al elegir la tasa de descuento. Pero, más allá de eso, ¿Qué ocurriría con las ganancias futuras de estas empresas si realmente se comprobase que las enormes inversiones realizadas para entrenar los LLM hubieran sido, en buena medida, innecesarias ante la evidencia (preliminar y confusa aún) de que DeepSeek estaría obteniendo resultados similares a los de ChatGPT con muchísimo menos gasto? Esto es, en parte, lo que están viendo los inversores. Desde esta perspectiva, las dudas y temores están fundamentados.
❷ Si bien los movimientos financieros de estos últimos días estuvieron limitados a acciones de empresas tecnológicas, no hay que olvidar que, en una economía globalizada y con la IA actuando cada vez más como una tecnología de propósito general, estas perturbaciones pueden transmitirse con rapidez a otros sectores. No es sólo una cuestión de cuánto aportan estas empresas al PIB. Volatilidad y crecimiento suelen moverse en direcciones opuestas.
❸ Si realmente cae el costo de desarrollo de la IA generativa, ¿esto puede acelerar el proceso de adopción en las empresas? Si la respuesta es afirmativa, esto sería una noticia formidable: la IA, como tecnología de propósito general, podría actuar mucho más rápido, difundiéndose de modo más transversal (entre sectores y empresas de distinto tamaño). Las ganancias de productividad serían más rápidas, al igual que sus efectos finales sobre el crecimiento económico (aún incierto en cuanto a su magnitud). Pero también habría cambios más rápidos en el mercado laboral, donde es importante que estimaciones bastante sólidas sugieren que, para países como los de LATAM, el 40% de los empleos están de alguna manera expuestos a la IA (con y sin posibilidades de complementariedad). Punto a favor adicional: la incertidumbre sobre los escenarios que estamos considerando (siempre en el plano macro) se disiparía con mayor rapidez. Punto desafiante: los efectos potenciales riesgosos (laborales, salariales, etc.), también. De todos modos, hay cierta evidencia empírica de que las empresas con dificultades para adoptar IA no argumentan como principal motivo el costo, sino las complicaciones en su implementación y los cambios sistémicos necesarios.
❹ Si la geopolítica ha ganado más relevancia que la habitual en los últimos años, esto definitivamente la pone en el centro de la escena. ¿Puede Estados Unidos perder el liderazgo tecnológico? Es poco probable. Pero sí puede haber un mayor equilibrio de poder, algo impensado hasta hace poco. ¿Qué ocurriría si Estados Unidos redirige esfuerzos desde la restricción a la venta de chips de avanzada hacia una abierta competencia tecnológica con China? La respuesta a esta última pregunta es clave: salvando las distancias, es similar al paso de un mercado casi monopólico a uno de libre competencia: más cantidades de equilibrio y menor precio. No hay manera de que los consumidores y las empresas no ganen.
Fuente/Copyright: Lucas Pussetto