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Hay que aprender de Ansiedad

Por Natalia Weisz
Publicado viernes 12 de julio

El domingo por la tarde fui con mi hijo Marcos, de ocho años, al cine para ver "Intensamente 2", la última joya de Pixar. Al salir de la sala, Marcos me sorprendió con una reflexión inesperada: "Hay que aprender de Ansiedad". Intrigada por su comentario, le pregunté por qué. Su respuesta fue directa y sonriente: "Porque hace casi todo mal". Los niños a menudo no pueden articular del todo sus emociones, pero en su inocencia nos regalan destellos de claridad. En su candidez, Marcos tocó un punto crucial: la importancia de aprender de nuestras emociones.

En momentos de nuevos desafíos, cuando sentimos que carecemos de los recursos necesarios para enfrentarlos, la ansiedad se convierte en un compañero inevitable. Sin embargo, en lugar de verlo como algo negativo, podemos aprender a reconocer la ansiedad como una señal de que estamos en la frontera de nuestro crecimiento y adaptabilidad. Precisamente en estos momentos, nuestra capacidad para gestionar la ansiedad puede determinar nuestro éxito en superar situaciones complejas y desconocidas.

Las emociones a través de los ojos de Pixar

"Intensamente 2" nos lleva al tumultuoso mundo interior de Riley, una adolescente enfrentando no solo cambios externos importantes, sino también la pubertad, esa etapa incierta y caótica en su camino hacia la madurez. La película de Pixar explora cómo las emociones compiten por el control en su mente, y cómo cada una de ellas influye en sus decisiones y en su capacidad de adaptación.

Pero es la ansiedad la que toma un papel central cuando Riley se enfrenta a lo desconocido y lo amenazante. Esta emoción aparece como un mecanismo de protección, haciéndola actuar de maneras que intentan evitar peligros potenciales, pero también limitando su habilidad para adaptarse y crecer.

¿Nos sigue suciediento esto más allá de la pubertad?

La respuesta es sí. La ansiedad no desaparece con la pubertad; nos acompaña a lo largo de nuestras vidas, especialmente en el mundo del trabajo. Al igual que Riley, los adultos enfrentamos constantemente cambios y desafíos que ponen a prueba nuestras capacidades y creencias. Estos desafíos, conocidos como desafíos adaptativos, que son aquellos que requieren un cambio en nuestra forma de hacer sentido de la realidad y actuar sobre ella.

La ansiedad está estrechamente ligada al miedo de que algo malo suceda y a la incomodidad que genera la incertidumbre, una variable omnipresente en los tiempos que vivimos. Enfrentar lo desconocido y la posibilidad de fracasar para quien no tiene desarrollada una mentalidad de crecimiento puede resultarnos abrumador. Según el profesor de la Escuela de Educación de Harvard Robert Kegan, estos desafíos demandan un mayor nivel de complejidad mental para poder ser abordados efectivamente.

Aumentar nuestro nivel de complejidad mental implica ser capaces de identificar nuestras creencias limitantes, aquellas que nos muestran un mundo cerrado, sin opciones. Y todos las tenemos, quizás no pensemos como Riley: “Si no soy parte del equipo de hockey este año, entonces me quedaré sola y todo saldrá mal”. Pero sí tenemos nuestras propias creencias limitantes: “Si muestro vulnerabilidad, pierdo autoridad” o “si no tengo respuestas para todo, dejarán de consultarme”. Al igual que Riley, estas creencias limitantes no nos permiten ampliar nuestro repertorio de respuestas y habilidades para enfrentar desafíos adaptativos y prosperar. Es decir, cuando no somos conscientes de ellas, nos quitan grados de libertad.

¿Cómo ganamos grados de libertad?

Aunque pueda parecer contraintuitivo, ganamos grados de libertad conectando con nuestras emociones e identificando nuestros miedos. Robert Kegan y Lisa Lahey, en su best seller "Inmunidad al cambio", nos enseñan que nuestra incapacidad de lograr cambios duraderos a menudo se debe a un sistema de gestión de ansiedad muy sofisticado sustentado en creencias limitantes. Creencias que dan sustento a miedos que limitan nuestro crecimiento a largo plazo.

Por ejemplo, un ejecutivo quiere delegar más tareas para crecer, pero sigue haciendo todo él mismo. No es que no quiera delegar, sino que teme perder el control, sentirse vulnerable o enfrentarse a la realidad de no saber hacer otras tareas. Estos miedos generan ansiedad y lo llevan a comportamientos que van en contra de su objetivo de delegar.

Un ejemplo similar se presenta en "Intensamente 2". Cuando Riley llega al campamento, su ídola le pregunta si es de Michigan. Riley responde afirmativamente para no contradecirla y ser aceptada. Su miedo a no ser aceptada limita su autenticidad, aunque la autenticidad es clave para ser aceptado genuinamente.

Para superar estos miedos, primero debemos identificarlos y luego encontrar qué creencias profundas tenemos que le dan total sustento. Es decir, que podemos transformar nuestra relación con la ansiedad, utilizándola como una herramienta que nos guía a las creencias limitantes. Una vez que identificamos las creencias limitantes, podemos testearlas y hackearlas para resignificarlas en algo más adecuado a mi nueva realidad.

¿Cómo aprendemos de la Ansiedad?

Kegan nos recuerda que no es el cambio en sí lo que nos incomoda, sino sentirnos indefensos ante posibles peligros. La ansiedad surge cuando nos sentimos vulnerables, lo que nos lleva a resistir el cambio para protegernos. Nuestro cerebro está programado para ayudarnos a sobrevivir, por lo que su misión es recordarnos lo que es potencialmente peligroso. Reconocer que la ansiedad es una respuesta natural y enfrentarnos a nuestros miedos es crucial para avanzar.

Conectar con estas emociones nos ayuda a identificar y cuestionar nuestras creencias limitantes. Estas creencias alimentan la ansiedad, por lo que es esencial desafiar los pensamientos irracionales y exponerse gradualmente a las situaciones que nos causan miedo, reduciendo así su poder sobre nosotros.

Hay que ayudar a Ansiedad para que nos ayude. Ayudarla es mantenerla bajo control y eso lo logramos trabajando sobre el cuerpo. Por ejemplo, con la respiración profunda. Respirar, lenta y profundamente, calma el sistema nervioso. Y también con el ejercicio regular. Actividades como caminar, correr, nadar o practicar yoga ayudan a reducir los niveles de ansiedad al liberar endorfinas, sustancias químicas del cerebro que actúan como analgésicos naturales y mejoran el estado de ánimo.

Volviendo a Marcos

Si aprendemos a reconocer y gestionar nuestra ansiedad, estaremos mejor preparados para enfrentar los desafíos de la vida. Espero que Marcos, al crecer, mantenga esta perspectiva y siga viendo cada emoción como una oportunidad para aprender y crecer.