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La Nación

Un homenaje a Gregorio Perez Companc por más y mejores líderes empresarios para el siglo XXI

“Su magnanimidad y audacia eran contagiosas, al mismo tiempo que buscaba el máximo nivel profesional en la gestión de sus empresas”, dice el autor.
Publicado lunes 24 de junio

El viernes 14 de junio de 2024 por la mañana, en una sesión de liderazgo, un colega compartió un estudio de opinión pública realizado por una consultora sobre la imagen y valoración que tiene la sociedad argentina sobre diferentes instituciones y grupos sociales. Los emprendedores sobresalían como el grupo más reconocido, con más del 90%, mientras que, en el extremo opuesto, aparecían los empresarios, que apenas alcanzaban un 21% de aprobación. En ese mismo momento, recibí la información del fallecimiento de Gregorio Perez Companc, a los 89 años, a quien conocía personalmente desde 1992.

La coincidencia de la noticia del fallecimiento de uno de los empresarios más relevantes, mientras observaba con tristeza la muy pobre valoración del empresariado en el país, me lleva a escribir estas líneas con el deseo de contribuir al surgimiento de más y mejores líderes empresarios en la Argentina y en la región, además de rendir un homenaje a una de las personas de las cuales más he aprendido en mi vida.

El comienzo de mi relación con Gregorio Perez Companc fue cuando nos contrató para un trabajo de asesoramiento a un colega y a mí, como profesores del IAE Business School. El propósito era identificar, explicitar y difundir los valores que había recibido de su familia para que guiaran el presente y futuro del grupo empresarial que él mismo presidía y que estaba en plena expansión en el país y en América Latina.

¿Qué pude observar en Gregorio Perez Companc como persona, con valores cristianos, empresario, ciudadano y padre de familia, a lo largo de estos más de 30 años?

En primer lugar, una convicción clara, profunda y decidida de lo que deseaba en la vida: servir a su familia y a la sociedad toda, sin distinciones de ningún tipo, como esposo, padre, ciudadano y empresario. Su magnanimidad y audacia eran contagiosas, al mismo tiempo que buscaba el máximo nivel profesional en la gestión de sus empresas. Lo mismo ocurría en las iniciativas que promovía desde la Fundación Perez Companc, con la exigencia de lograr la autosustentabilidad económica de cada proyecto una vez transcurrido el período de puesta en marcha.

Al mismo tiempo, el muy alto nivel profesional que exigía en sus empresas y en las iniciativas que patrocinaba desde la Fundación, enraizado en los valores cristianos que había recibido de su familia y que estaban presentes en su vida diaria. En reiteradas ocasiones pude comprobar que no estaba dispuesto a ceder en sus valores personales ante propuestas o iniciativas que directamente no aceptaba considerar. Los valores daban vida a su visión del mundo en general y de la empresa en particular. Eran lo que daba sentido e iluminaba toda su vida: personal, familiar y profesional.

Los múltiples desafíos del contexto social, político o de negocios a lo largo de los años no lo detenían ni afectaban su audacia y convicción; por el contrario, lo llevaban a buscar el consejo de expertos en todas las disciplinas y del mejor nivel local e internacional.

Con este enfoque buscaba que el grupo empresario que presidía tuviera el mayor crecimiento posible en el país y que se expandiera en la región con una perspectiva a largo plazo, siempre muy exigente y superadora.

Al mismo tiempo que dedicaba su agenda a la dirección y el gobierno del grupo empresarial, su vocación ciudadana, fiel a lo que había aprendido en su familia, lo llevaba a promover múltiples iniciativas, principalmente en áreas de la educación y de la salud, contribuyendo no solo con recursos económicos, sino también con el aporte del conocimiento de científicos y profesionales.

En su entierro, una persona que trabajó como asistente suyo durante varias décadas, me decía que siempre le había impresionado su actitud y capacidad de seguir los temas importantes de máximo nivel empresarial y, al mismo tiempo, estar pendiente continuamente por cada persona y por su familia, preguntando y ayudando si era necesario. El respeto y consideración por cada uno, sin distinción de posición social o profesional, era un rasgo evidente y llamativo en su conducta diaria.

A esto se sumaba su actitud de evitar la propia figuración. En este sentido, en una de las tantas conversaciones que tuvimos, me compartió su visión y necesidad de evitar convertirse en una figura mediática a partir de su rol de número uno del grupo empresario. En su perspectiva, una actitud de ese tipo empequeñecería a la institución. Por ese motivo, promovía que fueran los diferentes miembros de la empresa quienes se comunicaran con la sociedad, según cada rol y expertise.

En su agenda tenían particular prioridad todos los colaboradores de las empresas del grupo, ya sea que estuvieran en pozos petroleros en el sur de la Argentina, en Bolivia o en Perú, en los campos en la actividad agrícola o en las diferentes oficinas.

Desde su rol de ciudadanía ejemplar con valores cristianos, potenció a la Fundación Perez Companc, que recibió de su familia y que convirtió en un instrumento al servicio a la sociedad. Consideraba las necesidades de sus empleados y familias, mientras que, al mismo tiempo, promovía múltiples iniciativas con especial foco en la salud y en la educación. Sin duda, es un ejemplo para imitar sobre cómo incorporar a la sociedad civil como un stakeholder o partícipe central en la actividad de las empresas.

Como todos sabemos, el contexto social, político y económico de la Argentina de los últimos 50 años ha sido de alta complejidad en muchos aspectos, pero en particular para invertir y dirigir empresas. A lo largo de ese tiempo, he sido testigo de su actitud firme de considerar únicamente las alternativas y oportunidades de negocio que estuvieran en sintonía con los valores cristianos y el patriotismo que definían su vida. No dudaba en rechazar inmediatamente cualquier alternativa que pudiera poner en riesgo esos valores, los de su familia, los de la empresa o el bien del país.

Esta conducta vivida diariamente y con naturalidad, combinada con una real cercanía a cada persona, irradiaba un gran atractivo entre quienes trabajaban en sus empresas o en las iniciativas educativas o de salud que promovía. Generaba confianza y afecto, y se notaba en sus frecuentes visitas a los diferentes ámbitos de trabajo. Un ejemplo cercano del que he sido testigo es el impacto que tenían sus frecuentes visitas al IAE Business School en todo el personal: administrativo, de limpieza y jardinería, directivos y académicos. Ayer mismo, una señora que trabajó muchos años en el IAE, a cargo del servicio de comidas y limpieza, me envió un mensaje llorando y recordando sus muestras de aprecio cada vez que visitaba el campus.

Al comenzar la etapa del IAE Business School en el campus de Pilar, en 1998, gracias a su generosa y magnánima contribución para desarrollar una infraestructura de primer nivel mundial, me preguntó cómo pensábamos hacer para desarrollar el cuerpo académico en cantidad y calidad. Ante mi respuesta sobre un plan para duplicar el número de profesores que estuvieran formados en instituciones de primer nivel internacional, no dudó en decirme que podíamos contar con la ayuda de la Fundación para avanzar en la iniciativa, y así fue.

Podría continuar con más anécdotas que muestran la calidad humana y espiritual de quien ha sido un empresario ejemplar de nuestro tiempo en la Argentina.

Termino con una reflexión de síntesis, que deseo compartir especialmente con quienes hoy ejercen un rol de liderazgo empresarial, cualquiera sea su nivel en la organización o el tamaño de la empresa, en un contexto en el que la tecnología se transforma en nuestro “copiloto”: son los valores personales encarnados en nuestra conducta diaria a lo largo de la vida, rectificando cuando sea necesario, lo que nos dará identidad como personas que sirven de ejemplo a seguir. Cuando las dificultades parecen insuperables, esos valores y convicciones son faros que nos ayudan a descubrir las verdaderas oportunidades que harán crecer a las empresas como “organizaciones de personas, al servicio de las personas”, con la creación de valor económico, humano y social, ambiental e institucional, en beneficio de toda la sociedad, como el ejemplo que nos dejó Gregorio Perez Companc.

Fuente/Copyright: La Nación