“Alamesa surge de una idea que tiene todo padre de una persona con discapacidad que es cómo hacer el futuro de su hijo o hija sea mejor”, explica el Dr. Fernando Polack, médico pediatra infectólogo y mentor del restaurant Alamesa. El emprendimiento gastronómico, ubicado en el barrio de Las Cañitas, fue concebido desde la perspectiva de la neurodiversidad y emplea a personas neurodiversas, como la hija de Polack, Julia, de 25 años, que tiene TEA (Trastorno del Espectro Autista).
“En general, se tiende a pensar que la principal preocupación de los padres de chicos neurodiversos es qué van a hacer ellos cuando sus padres no estén. Pero la preocupación más grande que yo tenía era qué iba a hacer mi hija cuando yo trabajaba; cómo lograr que tuviera una vida plena”, cuenta. En respuesta a esa inquietud es que diseñó Alamesa, junto con el chef Takehiro Ohno, el empresario gastronómico Martín Akamine y Sebastián Wainstein, director ejecutivo del proyecto.
“Alamesa impulsa la idea del trabajo como elemento constitutivo de la pertenencia a la sociedad, el trabajo como dignidad, el trabajo como unificador de gente, alrededor de las cuales nos hacemos amigos”, sostiene Polack. Alamesa se basa en un nuevo paradigma de integración. Es un proyecto en donde los verdaderos protagonistas son personas neurodiversas que realizan todas las tareas tanto de producción como de despacho y de servicio al cliente. “Alamesa es una interminable secuencia de códigos para los cuales el cliente del restaurant es analfabeto, pero los chicos sí los leen”, explica Polack, quien resalta además que “la inclusión real contempla entender al incluido y no desde el que incluye”.
Los llamados neurotípicos –en términos de desarrollo- “tenemos un montón de estructuras que nos han permitido, a lo largo de la vida, conocer a la gente que nos rodea, conocer a nuestros amigos, esposas, maridos y todo eso está anclado alrededor de las tareas que hacemos: vamos a la escuela, a la universidad, practicamos algún deporte”, describe el médico infectólogo. Todas esas estructuras han sido diseñadas para las personas sin los desafíos de la neurodiversidad.
“Los chicos con discapacidad se enfrentan, cuando llegan a la adultez, a un precipicio, que es la desaparición de la contención simbólica que da el colegio y tienen que resolver la vida por sí solos. Nosotros [por los neurotípicos] nunca nos enfrentamos a esto: alguien lo pensó hace 2000 años para nosotros”, agrega.
Lo innovador de la propuesta de Alamesa reside en que “es un mundo donde las reglas son las de las propias personas con neurodiversidad, donde el lenguaje es el de ellos, pero que se inserta en el mundo real, en el día a día, con un trabajo en relación de dependencia pago que les da la dignidad de producir sus propios ingresos, que les permite compartir el día a día con amigos –que piensan y tienen las mismas preocupaciones que ellos- y que les permite ser felices como uno quiere para todos sus hijos”, resume su mentor.
Consultado respecto de si su formación científica le sirvió para Alamesa, Polack sostiene: “Ser científico me ayudó en el método, pero lo que más me sirvió para construir Alamesa es ser papá; estar siempre buscando alternativas y caminos para que lleguemos al mismo lugar, pero entendiendo que el proceso de pensamiento de ella [por su hija Julia] era diferente al proceso de pensamiento mío”, concluye.