Las exportaciones de bienes y servicios son cruciales para el funcionamiento de la economía argentina por múltiples factores asociados a la disponibilidad de dólares, a la innovación empresarial, a la inserción externa del país en un mundo global y a la estabilidad de la economía, dado que es un sector doméstico con actividad volátil. La idea de estas líneas es recorrer algunos aspectos del tema con una mirada de mediano y largo plazo.
Las exportaciones han tenido un ciclo expansivo de 2002 a 2011 con un tipo de cambio real alto y buenos precios de materias primas. Desde 2012 hasta 2023 las exportaciones han crecido muy poco y actualmente el comercio de bienes exportados es solo del orden del 15% del PBI, que es una cifra muy baja en la comparación internacional con países de ingreso equivalente al nuestro. Nos referiremos más a bienes que a servicios, pero reconociendo que estos últimos cada vez tienen un peso mayor en el agregado del comercio exterior. Las exportaciones van de la mano de las importaciones, y estas últimas deben ser suficientes para aportar los insumos que precisan los bienes exportados y los bienes de capital necesarios para el proceso.
Hay mucha literatura que trata el tema. Durante la gestión de Macri se lanzó el programa Argentina Exporta, con metas ambiciosas a 2030, difíciles de cumplir en la actualidad. Se apuntaba a casi 200 mil millones de dólares de exportación a fines de la década. Hoy estamos en US$ 90 mil millones. El trabajo de la Cámara de Exportadores de la República Argentina (CERA) Aportes para la estrategia nacional exportadora de la Argentina, escrito por Juan Llach y Ricardo Rosenberg, es una buena aproximación al tema, sugiere líneas de acción para mejorar el desempeño exportador.
En una mirada casi centenaria, cuando asumió Juan Perón en 1946, el porcentaje de las exportaciones sobre el total mundial era de 1,35. Casi 80 años después, este ratio es de 0,35. El declive habla de un desempeño pobre del comercio exterior. En un mundo que en la posguerra se volvió más global e integrado, Argentina se aisló.
Este sesgo antiexportador –trabajado por autores como Adolfo Sturzenegger y Julio Nogués, entre muchos economistas– obedeció a la falta de políticas públicas adecuadas. Es la expresión clara de una economía cerrada como la brasileña, muy diferente del modelo agroexportador interrumpido por la crisis del 29.
Por otra parte, países más pobres que el nuestro en los años 40 han tenido una evolución positiva en sus exportaciones, como es el caso de Corea del Sur, Israel, Irlanda, España o la propia China. Destacan con cierto dinamismo la década de los 90 y la de 2000 que, con dos modelos claramente distintos, lograron estabilizar el descenso relativo de las exportaciones en relación con el total mundial.
Está muy estudiado por los expertos que el crecimiento de las exportaciones se asocia a ventajas comparativas, pero cada vez más a las competitivas. Las comparativas se refieren a menor costo salarial y a recursos naturales abundantes, mientras que las competitivas se basan en calidad de productos y de procesos. Una iniciativa esperanzadora de inicios de los 90 procuró dar mayor inserción externa al país a través del Mercosur. El bloque adolece desde casi su creación de fallos institucionales, asimetrías que se profundizan entre países, falta de coordinación y bajo grado de libertad con un arancel externo común proclive al proteccionismo. Hay que repensar Mercosur como plataforma exportadora.
De 800 mil firmas existentes en Argentina, entre 12 mil y 15 mil exportan habitualmente. Entran un 25% de este número cada año a la base y salen 25% del panel exportador de bienes; preferentemente se trata de pymes tanto en ingreso como egreso al stock de compañías.
En cuanto a la profundización de qué hay en la caja negra de las exportaciones, existe un comercio intraindustrial significativo (transacciones al interior del mismo sector) e intercambios intrafirma (pensemos, por ejemplo, en el sector automotor en su vinculación con Brasil).
Los bienes que se exportan se basan en mano de obra menos calificada, con salarios bajos. Se trata, en cuanto a tipo de producto, sobre todo de bienes de consumo final, bienes intermedios; es muy baja la presencia de bienes de capital, ya que Argentina es irrelevante en esta industria. Por otra parte, se observa una concentración importante: cien empresas representan el 60% del total exportado de bienes.
En lo referente a propiedad de las firmas que exportan, el 35% se gestiona a nivel multinacional y un 20% pertenece a grupos nacionales. Estas exportaciones, a diferencia de México, que se orienta en un 85% hacia Estados Unidos, están muy diversificadas hacia todo el mundo, lo que es valioso. China, que era el cliente décimo del país en 2000, siendo el primero siempre Brasil, está segunda desde hace diez años, a punto de pasar a Brasil.
Pensando en el mapa de productos, se observa desde la década de 1980 un panorama invariante representado por bienes primarios, por MOA (manufacturas agropecuarias), por MOI (manufacturas industriales) y, finalmente, por energía. Destaca la evolución de la soja claramente muy relevante desde comienzos de la democracia. Es difícil pensar en un producto estrella a futuro, como ha sido la soja. En lo que va del siglo XXI, las MOA y las MOI representan, en promedio, cada una el 35%; un 20% corresponde a bienes primarios y finalmente, un sector como el energético aporta el residual del 10%.
En definitiva, es relevante progresar en exportaciones incorporando más valor a las cadenas de materias primas. Como en toda la región salvo México, nuestro fuerte son los recursos naturales. Nunca seremos un país industrial de alta tecnología, no es nuestro ADN de dotación factorial. En agroindustria, se puede progresar mucho en la propia Pampa Húmeda, que puede crecer en toneladas y se puede incorporar la Patagonia, según estudios de los expertos.
Pueden crecer mucho las MOA, pero también las MOI en sectores como el automotor, con 65 años de historia productiva desde la llegada de las multinacionales con Frondizi. Es un complejo, el automotor, que debe mejorar, porque, sumado a autopartes, pierde seis mil millones de dólares en el intercambio comercial. No es un sector con ventajas competitivas. Con respecto a las MOI, se puede seguir avanzando en insumos difundidos como acero, aluminio, petroquímicos, etcétera.
Lo nuevo relevante hacia 2040 es la minería del litio y del cobre. Estas dos actividades pueden sumar 20 mil millones de dólares más de exportación, antes de 2040. Hay muchos recursos por explotar y gran demanda. Hay que emular a Chile, que es eminentemente minero siendo la misma la cordillera. Los otros grandes aportes son el petróleo y el gas de Vaca Muerta.
Por ahora, no hay nuevas vetas de impacto en bienes. En servicios, puede haber una sorpresa. Lo que tenemos son muchos clusters que pueden aportar valores bajos, de dos mil millones de dólares cada uno, como pesca, pasta de papel, economías regionales. Son 25 ramas con potencial, pero de baja contribución, como destacan los informes de los que especulan sobre este tema.
La clave es mejorar el crédito; el BICE no ha sido hasta el momento funcional. El financiamiento debe estar a la altura, y además, el tipo de cambio real debe ser estable, alto y competitivo.
El intercambio comercial Sur-Sur es cada vez más relevante, de la mano del crecimiento de los países emergentes, que tendrán el 85% de la población en 2050. Claramente, las retenciones conspiran contra la gallina de los huevos de oro, que es el campo. Hay que sacar renta tributaria con el impuesto a las ganancias, luchando contra la evasión histórica del sector.
La coordinación público-privada es necesaria, ya que hablar de exportaciones es hablar de competitividad y de crecimiento; los tres conceptos se buscan y tienen sinergia. Esta administración podría ser un punto de inflexión en este norte estratégico de mayor inserción externa en base a alimentos y energía que el mundo necesita en esta coyuntura histórica.
*Profesor de IAE Business School.