Por Martín Calveira.
La economía no es un mecanismo lineal ni es independiente de las condiciones socioeconómicas
¿Por qué nuestro país es un ejemplo de lo que no debe hacerse si se tiene el objetivo del desarrollo económico y social? Sería constructivo plantear algunos argumentos relacionados, sin pretender tener el conocimiento firme y acabado del conjunto social, pero sí dejando algunas reflexiones que pueden dar lugar a debates próximos.
Primeramente, se debe argumentar que establecer un análisis sobre esos causales no debería ser un ejercicio estrictamente mecánico, ni tampoco alejarse del contexto histórico, pues cada momento, decisión de política y dinámica consecuente están circunscriptos en un marco histórico que, a su vez, son influenciados por eventos externos.
Con esto se quiere decir que la economía no es un mecanismo lineal ni es independiente de las condiciones socioeconómicas y políticas preexistentes, sino que es un sistema complejo y dinámico con interacciones permanentes entre lo micro (individual) y lo macro (agregado), como así también el intermedio, lo meso.
Nuestro país está sumergido en eventos críticos de cierta regularidad desde hace casi cincuenta años de los cuales podríamos identificar un punto de inicio tras la crisis inflacionaria del denominado rodrigazo de junio de 1975. Seguidamente, la crisis de deuda de principios de la década de 1980 y las hiperinflaciones de 1989 y 1990, conformaron la década pérdida. La gran crisis socioeconómica de 2001-2002, la crisis cambiaria de 2011 iniciando las restricciones (cepo), la crisis cambiaria de 2018, agravada por la sequía, la crisis cambiaria de 2019 tras las elecciones primarias, similar al 2011, pero agregando la alta incertidumbre política. Finalmente, la llegada del shock covid-19 a partir de marzo de 2020 y su inadecuada administración determinaron una nueva crisis inflacionaria, dada por los excesos monetarios que financiaron una fuerte expansión fiscal.
La herencia que recibe este gobierno es muy compleja. Se estima un 45% de la población por debajo de la línea de pobreza para fin de 2023, un régimen de alta inflación con una variación de precios acumulada en el último gobierno cerca de 1.100% y proyectada para 2024 en 212%. El PIB no crece sostenidamente desde el inicio de la década de 2010, a pesar de todos los impulsos de la gestión fiscal, un período de más de trece años consecutivos con déficit fiscal primario –en 2023 se registró en torno al 3% del PIB– y excesos monetarios para financiarlo (artificialmente, por decirlo de una manera amigable) que se observan en pasivos remunerados del BCRA en torno al 15% del PIB corriente. A esto se agrega que el programa monetario y fiscal del nuevo gobierno plantea un sesgo contractivo lógico, debido a la necesidad de sincerar el funcionamiento de la economía, principalmente dar salida a la represión de precios de la economía.
Una pregunta constructiva debería ser por qué estamos ante esta magnitud de desequilibrios. En efecto, es posible identificar dos argumentos comunes que subyacen en la mayoría de los ciclos de política económica de los últimos años: El primero es el sesgo cortoplacista, generado principalmente desde la política económica. La política fiscal priorizó casi en forma periódica, directa o indirectamente, el impulso al crecimiento del PIB a través del aumento del consumo público y privado, a su vez, ante la incertidumbre y el nivel de discrecionalidad en varios de los últimos cincuenta años. En efecto, el nivel de inversión de la economía –dependiente de su rentabilidad futura, el sistema de reglas y nivel de discreción, ambas determinan los incentivos de inversores– permaneció por debajo de los máximos niveles históricos, en la década de 1970, en promedio, fue 26% del PIB, puesto que el nivel promedio de la década de 1980 fue 20%, en el decenio 1990 se situó en 16,4% y entre 2000-2023 en 18%.
Contrariamente al gasto corriente, la inversión tiene efectos sobre la frontera productiva y la productividad, ambos aspectos determinantes del crecimiento y el desarrollo económico con inclusión.
Relacionado con ese aspecto, las limitaciones de la economía en su objetivo de transformación estructural, aunque en este caso no abunden taxativamente en la gestión de política, se evidencian en sus restricciones estructurales, principalmente para acceder de forma sostenida a la liquidez externa. En efecto, las dinámicas denominadas stop-go persisten bajo las restricciones derivadas del intercambio externo, lo cual no necesariamente convive con una macroeconomía que sustenta las necesidades de la economía interna.
El ciclo de vaivenes frecuentes del crecimiento económico se explica, en gran medida, por las dificultades de la escasez de divisas necesarias para el intercambio comercial y el financiamiento del capital productivo.
Así, el nivel de importaciones se ajusta a la capacidad de exportar de la economía. Entretanto, el desequilibrio externo genera la necesidad de financiar la actividad económica mediante otros recursos como la emisión monetaria, lo cual promueve condiciones de marco inflacionarias.
Otro de los aspectos frecuentes se refiere a la divergencia entre las creencias de los niveles de riqueza y dotación de recursos potenciales con los que cuenta la economía, respecto a los efectivamente disponibles (noción de seudo-riqueza expuesta desde, al menos, la segunda mitad de la década de 1990). Esto no solo tiene efectos sobre la consistencia y sostenibilidad de la gestión económica, sino también sobre comportamientos que, derivados de creencias o percepciones erróneas, exponen a la economía a puntos no consistentes y divergentes de un sendero de crecimiento de largo plazo (noción de seudo-equilibrios). Por citar un caso, si nos trasladamos al inicio de la gestión de Alfonsín se revelaba cierta divergencia entre el orden de magnitud de los desequilibrios a gestionar y la política económica. La subestimación de las dificultades se evidenciaba ante la percepción de que, al ser un nuevo gobierno democrático, los mercados iban a suavizar sus demandas. Así, el accionar desde esas creencias erróneas generó finalmente un estado de mayor deterioro. Asimismo, la creencia de que solo con el capital político se llevarían a cabo decisiones correctas y soluciones rápidas, fueron aspectos evidentes en otros gobiernos.
En suma, y a la espera de que esta vez sea distinto, se observaron deficiencias, sesgos y errores de percepciones que afectaron decisiones de hacedores de políticas hacia equilibrios inconsistentes y que, a través de exponer estabilidad y/o crecimiento de corto plazo con medidas redistributivas sin recursos genuinos (el absurdo mismo), ocultaron desequilibrios que luego se transformaron en frecuentes crisis de gran escala.