Autores:
Facundo Armas, Regional Head del Sustainable Business Studio de Globant
María José Murcia, Profesora de IAE Business School y Directora del Centro de Estudios en Sustentabilidad e Innovación Social de la Universidad Austral (CESIS Austral)
Son muchos desafíos socioambientales que se van quedando sin tiempo. Sin duda, en el fuero local, los múltiples frentes de la macroeconomía argentina y sus lacerantes efectos sobre la pobreza constituyen una bomba de tiempo. En el plano global, por su parte, la bomba climática y la carrera por acotar emisiones al objetivo del Acuerdo de París de 1.5°C revisten similar urgencia.
La COP, la Conferencia de las Partes organizada por la Convención del Cambio Climático de las Naciones Unidas, es el evento anual más relevante a nivel global en la materia. Consolida en un mismo espacio a jefes de estado, representantes de la sociedad civil, organizaciones multilaterales, academia y el sector privado. La 28a versión de esta conferencia, la COP28, tuvo lugar entre el 30 de noviembre y el 12 de diciembre en Dubái, Emiratos Árabes.
Durante los días previos al inicio de la conferencia, se respiraba un aire pesimista. Los motivos principales tenían que ver con el track record de COP previas que no habían llegado a traducirse en marcos políticos claros y positivos en relación con el clima. Adicionalmente, se polemizaba con respecto a la localización designada para el evento, siendo Dubái la cabecera de un país petrolero caracterizado por la ostentación de lujos. Paradójicamente, sin embargo, se gestó un acuerdo que podría marcar el inicio del fin de los combustibles fósiles.
La COP comenzó con un acuerdo: la operacionalización de un fondo de pérdidas y daños de aproximadamente 785 millones de dólares con el objetivo de responder a los impactos del cambio climático en países que lo necesitasen. Si bien es un gran logro, en términos comparativos, resulta un poco frustrante, pues según estimaciones del Consejo de la Construcción Ecológica de Estados Unidos, cada dos semanas se produce una pérdida relacionada con el cambio climático de al menos un billón de dólares. Adicionalmente, en medio del evento, un comunicado de la OPEC llamó a los países miembros a no firmar acuerdos que comprometieran a la industria de la energía. Esto espiralizó la incertidumbre y el pesimismo en el entorno.
A pesar de las múltiples dificultades y luego de complejas negociaciones, en el ámbito energético, se alcanzó un consenso entre los países miembros para reducir su dependencia de los combustibles fósiles: el Acuerdo de Dubái. Ratificado por 198 naciones, el pacto tiene como objetivo disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero, alineándose con las metas del Acuerdo de París. Estas últimas indican que es necesario reducir a la mitad las emisiones globales de gases de efecto invernadero antes de 2030 para mantener el aumento de la temperatura global en 1,5 grados este siglo. La estrategia planteada implica una disminución progresiva en el uso de combustibles fósiles, como el carbón y el petróleo, y en menor medida del gas, considerado energía de transición. Adicionalmente, se acordó triplicar las energías renovables y duplicar la eficiencia energética para 2030, así como una reducción drástica de las emisiones de metano para 2030.
En cuanto a los mercados de créditos de carbono, se relató la necesidad de aprender de los errores del pasado para la creación de créditos de alta integridad, donde la tecnología constituye una palanca clave para asegurar la trasparencia. Además, se incluyeron formalmente temas clave para la acción climática, cómo la salud, los sistemas alimenticios, los residuos, las comunidades indígenas y la biodiversidad.
Ahora bien, los temores de la previa no eran del todo infundados. Pese a los sorprendentes avances, el acuerdo de Dubái no llega a pautar más claramente cómo los países miembros deben implementar estos cambios, ni establece sanciones por incumplimiento, funcionando más como una guía. Esto ha causado decepción entre quienes esperaban un compromiso más sustantivo hacia la eliminación total de las energías no renovables. Por otra parte, no se ha delineado un abordaje contundente para una transición justa que considere al Sur Global y sus necesidades de mitigación y adaptación.
En este sentido, resuenan las palabras del Papa Francisco, quien estuvo impedido de hacerse presente en la conferencia por motivos médicos. Esta COP se distinguió de reuniones previas por haber previsto la participación de la Iglesia Católica con un pabellón especial. Francisco enfatizó en las palabras que dirigió a los asistentes: “Los pobres son los verdaderos afectados por lo que está sucediendo: solo necesitamos pensar en la difícil situación de los pueblos indígenas, la deforestación, las tragedias del hambre, la inseguridad alimentaria y del agua, y la migración forzada. Hermanos y hermanas, es esencial que haya un avance que no sea un cambio parcial de rumbo, sino más bien una nueva forma de progresar juntos. Que el año 2024 marque este avance”. Esto último es también nuestro deseo para el año que pronto comienza.