En diciembre del 2001, regresé a Argentina en medio de una de las crisis políticas y económicas más devastadoras de su historia. A pesar de la desesperación que rodeaba a mi país en ese momento, traía conmigo uno de mis mayores activos: esperanza. En ese momento sentía que podía, dentro de mi ámbito y posibilidades hacer algo que influyera positivamente en mi país. Como académica, sentía que, poniendo los medios para hacer bien mi trabajo, buscando llegar a estándares de calidad globales en la docencia e investigación podía hacer una diferencia.
Hoy, más de dos décadas después, me encuentro reflexionando sobre cómo todos los indicadores de nuestro país parecen estar en una situación similar o aún peor que en aquel entonces. Las noticias sobre los alarmantes índices de inflación y pobreza, combinadas con la impunidad de la corrupción y las imágenes de políticos relajándose en yates por el Mediterráneo, generan en mí un dolor y un enojo difíciles de poner en palabras.
Lo más devastador que sentí esta semana fue desesperanza. Y cuando se pierde la esperanza es muy duro, porque al perderse la esperanza se pierde la creencia profunda de que podemos hacer algo para cambiar la situación. Quiero con todas mis fuerzas resistirme a la desesperanza. Por eso, decidí reflexionar sobre lo que me estaba pasando y escribir estas líneas. Para ayudarme a mí misma, y si puedo, también a otros.
¿Qué es la Esperanza?
En momentos de desesperanza, es esencial comprender la naturaleza de la esperanza. La esperanza representa esa fuerza interna que nos impulsa a creer en un futuro mejor, incluso cuando las circunstancias actuales parecen sombrías y desafiantes. Es la firme convicción y valentía de que, a pesar de los obstáculos aparentemente insuperables, tenemos la capacidad de trabajar en conjunto para construir un mundo más justo y próspero.
Hannah Arendt, una destacada filósofa y politóloga del siglo XX, subrayó la importancia del perdón y la esperanza para posibilitar el cambio. Según Arendt, el acto de perdonar nos libera de las cadenas del pasado y nos abre a nuevas posibilidades y relaciones. La esperanza, en su visión, motiva a las personas a creer en la posibilidad de un futuro mejor y las inspira a unirse en la búsqueda de ese objetivo.
Maimonides, por su parte, sostenía que la esperanza implica creer en la plausibilidad de lo posible en lugar de aferrarnos al determinismo de lo probable. A veces, lo "probable" no se cumple, y algo que era posible, aunque con probabilidades muy bajas, se convierte en realidad. Por lo tanto, la invitación de la esperanza es a trabajar por lo que es posible, incluso en medio de lo que parece improbable.
Todos tenemos nuestras propias experiencias personales que ilustran esta noción. Permíteme compartir uno de los ejemplos más significativos que he vivido. Unos meses antes del inicio de la pandemia, finalmente obtuvimos un diagnóstico definitivo para la enfermedad rara de mi hija Clara. Fue una noticia agridulce, ya que reveló una mutación única, sin otros casos como el de ella. Las probabilidades de que alguien quisiera investigar una cura para un caso tan singular parecían extremadamente bajas. Sin embargo, hoy en día, un equipo internacional y multidisciplinario aunó recursos y tomó su caso.
La esperanza nos anima a no rendirnos ante lo improbable y a perseguir lo posible con determinación y valentía.
Diferenciando Esperanza de Optimismo:
La gente tiende a usar esperanza y optimismo como sinónimos, pero eso no es del todo preciso. El optimismo es la creencia de que las cosas saldrán bien; la esperanza no hace tal suposición, pero es la convicción de que uno puede actuar para mejorar las cosas de alguna manera.
La esperanza y el optimismo pueden ir de la mano, pero no necesariamente. Podes ser un optimista sin esperanza, alguien que se siente personalmente impotente, pero asume que todo saldrá bien. Por otro lado, podes ser un pesimista esperanzado, haciendo predicciones negativas sobre el futuro, pero teniendo la confianza en que puedes mejorar las cosas en tu vida y en la de los demás.
Llegar a la Argentina en diciembre del 2001 fue algo bastante desgarrador, pero a pesar de todo, recuerdo que con mi esposo creíamos fervientemente que estábamos donde debíamos y queríamos estar, convicción que mantuvimos todos estos años. No podría explicarlo sin esperanza.
La esperanza también puede ser un catalizador para el liderazgo efectivo. Los líderes esperanzados inspiran a otros a unirse a la causa y trabajan incansablemente para lograr un cambio positivo. Pero ¿cómo puede la esperanza ser un motor para la acción en medio de la frustración y la decepción?
La Esperanza como Motor para la Acción:
La esperanza contiene en sí misma un sentido de agencia. Por lo tanto, la esperanza se cultiva. ¿Qué pasos podemos dar para desarrollarla o recuperarla? Arthur Brooks, en su nuevo libro “Build the life you want” enumera 3 pasos:
Paso 1: Imaginá un Futuro Mejor y Detallá sus Elementos
Cuando te sientas un poco desesperanzado, comienza por cambiar tu perspectiva. En lugar de enfocarte en las dificultades presentes, imaginá una Argentina donde la igualdad de oportunidades sea una realidad, donde la educación de calidad esté al alcance de todos y donde la corrupción sea cosa del pasado. Visualizá una sociedad donde nuestros jóvenes tengan un futuro ilusionante. Haz una lista de los elementos específicos que habrán mejorado para que eso sea posible.
Paso 2: Imaginate Contribuyendo al Cambio
El segundo paso es imaginar cómo puedes contribuir a que esa visión de Argentina se haga realidad, incluso a una escala más pequeña. Imagínate participando en proyectos educativos locales, abogando por la transparencia y la rendición de cuentas en la política, o promoviendo prácticas sostenibles en tu ámbito de trabajo. No es necesario ser un héroe que todo lo puede; en cambio, imaginá cómo podés influir en un área específica y movilizar a otros a sumarse.
Paso 3: Actuá:
El paso más importante de todos es tomar medidas concretas. Pasar de la idea a la acción. En la acción nos energizamos. Toma tu visión de una Argentina transformada y tu humilde ambición de ser parte de ella y ejecutala de manera específica. Ponernos en movimiento es lo más importante. Recuerdo siempre recomendaciones de mi abuela Noella, que era una gran sabia. Cuando tenía un desafío grande por delante ella lo ponía en perspectiva con imágenes tan simples como esta: “cuando tengas que lavar los platos luego de una gran cena con amigos no te concentres en toda la pila de cosas sucias, simplemente empezá por una cucharita”.
Aunque sea difícil, sostengamos la esperanza y trabajemos en pasos concretos, aunque pequeños, para construir un país mejor.