La crisis bancaria que se inició con la caída del banco Silicon Valley (SVB) nos recuerda, muy a nuestro pesar que, la estabilidad del crecimiento convive con una latente inestabilidad si el escenario de interrelaciones económicas está caracterizado por arreglos instituciones poco claros y donde se favorecen las ganancias de corto plazo. En efecto, se pone en evidencia el riesgo de las expansiones súbitas o exuberantes (diría el premio Nobel Robert Shiller) de los activos financieros, la concentración de la cartera de activos en un solo segmento del mercado y los criterios de regulación no adecuados.
¿Qué ocurre en una crisis bancaria y cómo puede propagarse? Se presentan como obligaciones que no pueden cumplirse, tales como la devolución de préstamos o depósitos. Esto se agrava ante modificaciones del contexto precedente, como una variación de la tasa de interés (costo del crédito) o que la economía entré en un período recesivo y se modifiquen las condiciones del mercado de empleo. Si el riesgo de incumplimiento se expande, la crisis escala a todo el sistema y se revisan decisiones de inversión. En la década de 1980 los incrementos de la tasa de interés internacional generaron crisis macrofinancieras (conocidas como crisis de deuda) en América Latina ante la fuerte exposición que evidenciaban esas economías a los acreedores externos. La última gran crisis se inició en 2008 ante la imposibilidad de que deudores (personas y empresas) no puedan cumplir promesas de pagos originados en préstamos.
En el caso actual del SVB se evidenció la imposibilidad de devolver depósitos ante la demanda abrupta luego de una modificación en los cambios del costo del crédito como consecuencia del intento de contener la inflación. El anuncio de la intención de vender acciones por U$S 21.000 millones dada la necesidad de captar liquidez generó una pérdida estimada en U$S 1800 millones, lo cual fue tomado como una advertencia por los depositantes de esa entidad lo cual disparó la corrida de depósitos (similitud con algunos bancos en la crisis argentina de 2001).
Las autoridades reguladoras junto con la Reserva Federal (Fed) decidieron asistir a los depositantes para evitar que las consecuencias se propaguen hacia todo el sistema financiera, lección aprendida en la década de 1930 cuando la crisis se amplificó y determinó en una gran depresión, ante la ausencia de medidas de rescate. Sin embargo, la asistencia no se encuentra libre de costos. La crisis financiera internacional de 2008-09 expuso la necesidad de evitar las regulaciones laxas en el sistema para, ante un evento similar, que los agentes financieros eviten proceder de forma insostenible sabiendo que las autoridades realizarán en salvataje, es decir, evitar comportamientos de riesgo moral (moral hazard) que han conducido a las economías hacia crisis que, en muchas oportunidades, parecen haber sido autoinfligidas.
Por lo tanto, se espera que la intervención de las entidades y la asistencia a los acreedores maticen el riesgo de contagio. Esto es determinante en este momento de los hechos para que se evite rupturas en la cadena de pagos y riesgo de desaceleración de la actividad económica ante la interrupción de la inversión. No obstante, y ante la gestión de la política de regulación, probablemente la política monetaria deba resolver la interrupción de un nuevo anuncio de aumento de tasa de interés, lo cual tendrá efectos positivos sobre la actividad pero, no necesariamente, lo esperado sobre la inflación, que viene de tener un nivel similar al de 1981.
¿Qué es lo que puede ocurrir en países emergentes y en nuestro país?
En los episodios de crisis se evidencian una mayor demanda de títulos seguros como los de la Fed y/o aumento de la demanda de dólares estadounidenses, como mecanismos de vuelo hacia la seguridad. Paradójicamente esto ocurrió en 2008 y seguramente ocurra en la actualidad, ciertamente un comportamiento sesgado con independencia de lo ocurrido. En consecuencia, parte de los flujos financieros se trasladarán, al menos temporalmente, hacia esos activos. La oferta de liquidez se contraerá lo que afectará a las decisiones de inversión. En 2008-09 lo países emergentes contaban con recursos y con una macroeconomía con mejores condiciones luego del período de bonanza internacional (2002-2007). Esta vez es distinto, pues las condiciones son sustancialmente distintas en el escenario pospandemia. No obstante, se esperan que las consecuencias no sean de las crisis de deuda de la década de 1980 y, a su vez, si la Fed desactiva un nuevo anuncio de aumento de tasa de interés, el panorama para los activos de los países emergentes puede ser favorable.
En nuestro país la historia se repite. En casi todos los casos de turbulencia financiera la economía presenta desequilibrios y recursos limitados para gestionar una dinámica de reversión de flujos financieros. Esto es determinante para el nivel de impacto de la crisis. Ciertamente, en un contexto de brecha cambiaria, inflación, volatilidad y descoordinación en la gestión económica, constituyen restricciones en la gestión. A su vez, esos cambios potenciales que impulsan el sobrecosto del crédito (riesgo país) para los países y empresas, generan la revisión de decisiones de inversión y, en efecto, la economía potencialmente se retrae. No obstante, ante el desacople que venimos presentado con el sistema financiero internacional, los efectos se matizan.
En definitiva, no hay nada nuevo en esta incipiente crisis aunque aún no podamos afirmar acerca del control de la misma, pero evidentemente las regulaciones ante comportamientos no sustentables deben activarse. Tampoco es nuevo el deterioro socioeconómico de la Argentina, seguirá siendo responsabilidad de los hacedores y políticos de nuestro país.
Economista investigador del IAE Business School, Universidad Austral