n épocas de turbulencias económicas y de valores elevados en variables como la inflación, el debate suele retornar ineludiblemente al esquema cambiario más conveniente para un país. En Argentina esto es muy frecuente, pero esta cuestión también se ha instalado en la región ante los movimientos inusuales de los tipos de cambio, incluso en países que, hasta hace poco tiempo, estaban considerados como modelos de estabilidad macroeconómica.
La volatilidad cambiaria forma parte de las implicancias de contar con un tipo de cambio flexible (sea con escasa o con alta intervención estatal). Con - viene diferenciar entre los factores que explican los movimientos cambiarios en el corto plazo y aquellos que inciden en el largo plazo. Los determinantes críticos en el largo plazo son los precios relativos, las barreras comerciales (en otras palabras, el nivel de proteccionismo), las preferencias de los consumidores y la productividad.
Pero en el corto plazo casi todo se reduce a los movimientos tanto de la demanda como de la oferta de dólares.
La oferta es relativamente fija, lo que implica que sus movimientos ante los diversos incentivos son, en general, bastante lentos. Por el contrario, la demanda es muy dinámica y fluctúa con rapidez, respondiendo (a veces en exceso) a cambios muy pequeños en los incentivos. Esto no debería sor - prender: cualquiera que haya estudia - do las fluctuaciones de la economía en el corto plazo sabe perfectamente que la gran “responsable” de los cambios en el nivel de actividad y en el nivel de precios es la demanda agregada, no la oferta agregada. La demanda de dólares responde a los cambios en las tasas de interés (tanto nacional como internacional) y a las variaciones en las expectativas sobre el valor futuro del dólar. Estos mecanismos funcionan por igual tanto en las economías de América latina como en las desarrolladas.
La opción de una moneda común
Los movimientos bruscos del tipo de cambio son altamente impopulares. Si bien una depreciación puede generar un aumento de las exportaciones (aunque no inmediatamente), al mismo tiempo encarece las importaciones (complicando de este modo a numerosas empresas que importan bienes intermedios o de capital) y genera una caída del salario nominal en dólares y muy probablemente del salario real en moneda local (esto último dependerá de la magnitud del traslado de los movimientos cambiarios a los precios internos). Si a eso se le suman motivos geopolíticos o de economía política, es normal que comiencen a considerarse diversas posibilidades para reducir la dependencia con respecto a la moneda de otro país y sus fluctuaciones.
Una de esas posibilidades es una moneda común. Brasil y Argentina se comprometieron a diseñar una agenda cuyas medidas conduzcan, en el largo plazo, a la creación de una moneda conjunta (el “sur”), que no suprimiría las monedas nacionales sino que se utilizaría para las transacciones comerciales entre países. La distinción entre moneda común y moneda única no es menor.
La volatilidad cambiaria forma parte de las implicancias de contar con un tipo de cambio flexible
Hasta cierto punto, una moneda común (y única) es una variante de un tipo de cambio fijo para cada país miembro de la unión monetaria. No es una idea nueva: una de las primeras experiencias fue la de las trece colonias americanas que renunciaron en 1787 a sus monedas locales y las reemplazaron por el dólar. Por lejos, la experiencia más reciente (y de mayor impacto) es la Unión Monetaria Europea, mediante la cual once países iniciales adopta - ron una nueva unidad monetaria, el euro. Pero existen otras experiencias en África y en el Caribe, por mencionar algunas, que ameritarían un análisis completo, tanto de sus resultados como de sus implicancias.
La ventaja clave de una unión monetaria es que facilita el comercio entre países miembros simplemente porque todos los bienes y los servicios están expresados en la misma moneda, y eso reduce costos. Por otro lado, la adopción de una moneda común conlleva para los países que la utilizan un costo similar al del tipo de cambio fijo (que, además, va de la mano de la libre movilidad de capitales): dejar de disponer de una política monetaria independiente para influir sobre la demanda agregada de la economía.
El euro y la crisis en Europa
Con posterioridad a la crisis de 2007- 2009 aparecieron numerosas dudas sobre la sostenibilidad futura del euro.
El impacto de la crisis fue mucho mayor en los países del sur de Europa, y en ellos se criticó la Unión Monetaria porque les impidió (precisamente) implementar el tipo de política que normalmente suele ayudar en una reactivación: la depreciación de la moneda local. Por otra parte, los países del norte de Europa también criticaron el sistema ya que debieron, en cierto modo, “salvar” a las economías del sur.
Esto sugiere que la economía política y la coordinación entre países con distintas estructuras y política económicas no es simple.
Desde una perspectiva más general, resulta clave considerar que los bancos centrales de los países (o de las uniones monetarias) se enfrentan al denominado “trilema” de la política económica: no es posible contar al mismo tiempo con un tipo de cambio fijo, una movilidad de capitales libre y una política monetaria independiente. Una primera opción es la libre movilidad de capitales y la política monetaria independiente (Estados Unidos y la eurozona). La segunda es combinar el tipo de cambio fijo con la libre movilidad de capitales (Hong Kong y, como experiencia pasada, Argentina). La tercera, un tipo de cambio fijo con política monetaria independiente (China).
Brasil y Argentina mostraron resultados económicos muy distintos durante las últimas décadas
Por último, vale la pena analizar la cuestión de la diversidad económica entre los países candidatos a formar una unión monetaria. Brasil y Argentina, en particular, mostraron resultados económicos muy distintos durante las últimas dos décadas, especialmente en lo que se refiere a la inflación y a los movimientos del tipo de cambio.
Sin despreciar la importancia de contar con países miembros relativamente alineados en materia macroeconómica, es conveniente mencionar que más importante (salvo, por supuesto, en el caso de desequilibrios macroeconómicos extremos) es el compromiso de los países miembros para respetar un conjunto de reglas (por ejemplo, en materia de déficit fiscal y de endeudamiento).
¿Están Brasil y Argentina, en particular, y América latina, en general, preparados para desarrollar una moneda común? Es difícil afirmarlo. Si el objetivo es fortalecer la integración y aumentar el comercio existen otras formas más rápidas (y probablemente más eficientes) para lograrlo. Si la finalidad es aumentar la importancia como bloque en la economía mundial, en un contexto en el que los acuerdos entre grupos pequeños de países ganan cada vez más importancia, quizás tenga sentido. En cualquier caso, la estrategia debe responder a una clara visión de largo plazo, una tarea titánica en un momento en el cual la coyuntura macroeconómica de ambos países requiere respuestas inmediatas a problemas “domésticos” urgentes.
* IAE - Universidad Austral