Cuando se hacen proyecciones acerca del dólar, ese gran termómetro para la toma de decisiones, decir que está “quieto” implica aceptar que está bajando de precio entre 6% y 7% cada mes. Peor aún: si se considera el pico que alcanzó en la singular salida de Batakis del Ministerio de Economía, con menos de un mes de permanencia en el cargo, su valor actualizado sería de $430, según calcula el economista Esteban Domecq, director de Invecq.
Numerología. Esta cifra no alcanzó, sin embargo, el otro pico de octubre de 2020, cuando el tsunami monetario y un cepo que todavía no era tan estricto dejó el dólar en $570 (siempre a valores de noviembre de 2022). En esa oportunidad, a pesar de que el “blue” o sus primos legales, el contado con liquidación (CCL) o el “bolsa” (MEP) son marginales, forzó un giro de 180 grados en la política monetaria, comenzando las operaciones de bonos y un endeudamiento interno (en dólares y pesos) que debería converger con menores necesidades de financiamiento por parte del Tesoro para no engrosar la bola de nieve del stock de papeles de deuda.
Para Eduardo Fracchia, director del Área de Economía del IAE, la situación ya está complicada desde que empezó este Gobierno. El “veranito” tiene que ver más con un dólar quieto y cierta ortodoxia para el control del déficit fiscal para intentar controlar la inflación. “No soy tan tremendista, pero la situación podría tensarse más al combinarse la escasez de dólares, movimiento del blue, aceleración de la inflación, algún fuego amigo desde dentro de la coalición u otro problema social. Todo puede ocurrir con una posición tan vulnerable”, concluyó.
El interrogante del momento es, justamente, si podrá sostenerse el relativo equilibrio. En realidad, una pregunta con trampa: nadie podría firmar que con una inflación del 6% mensual (100% anualizado), el dólar permanecerá estático.
Para eso, el primer indicador que miran es el del stock de reservas: no las “totales” que publica el Banco Central en el que no netea pasivos y combina valores, sino las “netas”. Según el cálculo de la consultora EcoGo, actualmente, las reservas internacionales netas se ubican en US$3.038 millones, una cifra que, si bien no es alta, muestra un nivel recuperado si se compara con los peores momentos de junio (que incluso se podían medir como negativas) cuando la crisis parecía escalar al infinito. Sin embargo, el dato que enciende las alertas es el continuo drenaje de reservas que viene mostrando el Banco Central: acumulan una caída de US$1.884 millones en el mes de noviembre. ¿Podrá mantenerse la calma si se siguen perdiendo con esta intensidad?
Cepos. La tentación a responder rápido este interrogante es la autocensura que existe en el Gobierno con la palabra “devaluación”. Precisamente, una de las primeras recomendaciones que le hizo el equipo técnico del Fondo Monetario Internacional fue el de no utilizar como ancla inflacionaria al tipo de cambio (oficial). Es decir, dejar que siga la trayectoria del IPC y no continúe cayendo en términos reales. La brecha cambiaria es el fiel reflejo de esta dinámica: cuando fue achicándose fue cuando el dólar financiero quedó quieto un tiempo largo mientras continuaba creciendo el “oficial”. Pero de un 165% que llegó a tocar, bajó luego al 90% (medido sobre el dólar comercial). La corrección inmediata podría ser la de la devaluación, que simultáneamente atacaría varios flancos: promovería un blanqueo de exportaciones que hoy se dilatan en el tiempo o se escapan por el canal informal y desalentaría importaciones, muchas de las cuales se adelantaron previendo el fin del “dólar barato”. Una ecuación que en un plazo cercano podría brindar calma a un mercado en tensión permanente.
Pero también, una devaluación encarece dos cosas que hoy siguen rigiéndose por el tipo de cambio oficial: los alimentos y las cargas financieras de las empresas. Las últimas cifras del IPC muestran que, en el tercer trimestre del año, la canasta básica alimentaria subió casi 3 puntos más que el índice general. Además, para las deudas externas de las empresas, que se van refinanciando en la medida de sus posibilidades, es diferente contabilizarlas a $160 que casi al doble. O las importaciones de energía, que todavía siguen copando las importaciones y forzando a poner al resto de los productos en un virtual cepo generalizado o directamente evaluar seriamente, la posibilidad de no pedir más dólares oficiales para pagar importaciones y acudir al MEP. Aunque más caro, siempre es mejor que dejar de producir por falta de insumos y perder mercados que cuesta reconquistar luego.
En foco. Casi como una maldición, 2023 carga con las restricciones de todo año impar: es electoral y en este en especial, se agrava la falta de libertad de movimientos para el equipo económico que está inhibido de corregir sustancialmente el tipo de cambio por quienes miraron con indulgencia el atraso deliberado que hubo durante dos años. Sebastián Menescaldi, director asociado de EcoGo proyecta que “en principio llegamos sin devaluar, pero vamos a tener sube y baja durante todo este tiempo”.
En el calendario electoral del año próximo jugarán dos tres factores: el control del mercado cambiario (para evitar una devaluación brusca y una aceleración mayor en el precio de los alimentos), una pax inflacionaria (Massa se declara satisfecho con un IPC en el orden del 4% anual para marzo) y un no deterioro de los ingresos de jubilados y asalariados. Conseguir esto en plena campaña electoral quizás no sume voluntades, pero seguro no restará. La clave es cómo conseguirlo sin acudir a una nueva versión del “plan Platita” de 2021 que tanto costó financiarlo durante la primera mitad de este año, con los resultados a la vista. Como subraya el último informe semanal de EcoGo, lo relevante no es sólo saber qué ocurre con los valores dentro del abanico de “Precios Justos” (1.700 productos) sino también con los otros de las 100 principales empresas del país que acordaron no pasar el límite del 4% mensual para otros 30.000 bienes… a cambio de poder acceder al “Mercado único y libre de cambios” MULC). Dólares para todos…. aunque no alcancen.
Ingresos. El haber jubilatorio promedio, por ejemplo, va corriendo de atrás a la inflación porque el IPC fue acelerándose durante todo este año. Lo mismo ocurre con los salarios, aunque el impacto es muy variable en función de tipo de acuerdo de reajuste alcanzado y cuándo fue celebrado. Para esta emergencia, la fórmula oficial oscilará entre el aumento de suma fija (el “bono para privados”) y una recomposición de emergencia del mínimo vital y móvil, siempre por debajo del ritmo inflacionario.
Finalmente, la otra variable a monitorear será el volumen de la deuda pública en pesos y la tasa de interés necesaria para seguir “rolleando” esa montaña de pesos en danza. A medida que cualquier otra innovación como el “dólar soja” surja para hacerse de los dólares necesarios para no paralizar la producción, libere pesos al mercado, será necesario acudir una vez más a la única vía de financiamiento del que dispone el Estado para no seguir imprimiendo billetes que, a partir del año próximo podrá desterrar los animales autóctonos y colocar nuevamente los héroes del panteón nacional. Claro, con las mismas denominaciones de hoy (el valor más alto equivale a US$ 3 “blue”) porque la nominalidad sigue mareando la toma de decisiones.