Es una verdad de perogrullo decir que las cosas se desgastan, o que se pueden desgastar o, incluso, que tienden a desgastarse por el simple paso del tiempo y/o por el uso que les damos. A las relaciones humanas, a los vínculos, les pasa otro tanto.
Podríamos trazar un paralelo entre lo que le sucede a un mueble, por ejemplo, y lo que puede pasar con los vínculos. Esta comparación nos puede ayudar a bajar a lo concreto, como si fuera un simbolismo visible y tangible, lo que ocurre en la invisibilidad del mundo afectivo de las relaciones personales.
Y, así como se puede restaurar un mueble, se pueden restaurar los vínculos. Quien es ducho en su oficio, va aprendiendo cuáles son las herramientas que necesita y le son más convenientes para su tarea; en el caso de la restauración de los vínculos, la escucha atenta, respetuosa y generosa se presenta como una de las más efectivas y poderosas, porque permite darnos a conocer y conocer al otro desde nuestra realidad, desde quienes somos. Cuando generamos un clima propicio para el diálogo sincero y amable, se caen las barreras, se acortan las distancias, bajan las defensas y se anulan los ataques, generándose un terreno fértil para la restauración vincular.