Martin Calveira
Desde junio las tensiones macroeconómicas evidenciaron una fuerte intensidad, expuestas principalmente por la volatilidad del tipo de cambio y en las expectativas de que la inflación se situaría en un nivel más alto respecto al promedio de la primera parte del año.
La respuesta popular de los hacedores de política es que el origen de la causalidad del problema está, en todo tiempo y lugar, en los especuladores financieros y formadores de precios que apuestan a un cambio abrupto de política económica.
Ciertamente, argumento que ha tenido alguna validez en contextos de desregulación masiva de flujos de capitales, las cuales supieron determinar volatilidad financiera y corridas cambiarias.
Sin embargo, ese argumento dista de explicar cabalmente las actuales dificultades. Si algo aprendimos es que la historia de las crisis nos lleva a un espacio común donde se debe indagar la sostenibilidad de la dinámica macroeconómica precedente a episodios críticos.
Dicho de otro modo, si es sostenible o no el comportamiento de las variables fundamentales de la economía, tales como el consumo o el gasto público. Lo que se observa es que en economías donde las crisis son eventos de baja frecuencia generalmente están asociadas con ausencia de impulsos abruptos al crecimiento y, a su vez, volatilidad real y financiera en niveles bajos.
Contrariamente, las gestiones económicas intentan impulsar a la actividad económica, con independencia de sus recursos productivos genuinos y del acceso a los mercados de capitales para financiar sus políticas, se tornan insostenibles en el tiempo, más temprano que tarde, dado que el acceso al financiamiento y los recursos es claramente limitado. Por cierto, esta es una argumentación que se ajusta a nuestra economía.
En ese sentido, desde mediados de la década de 2000 la economía argentina está expuesta a un círculo vicioso representado por el financiamiento monetario del gasto público, a los efectos de su aumento con independencia de las restricciones y condiciones de contexto.
Simultáneamente, se construyó la noción de perpetuidad de la demanda de gasto público, pues hay una sensación errada de que las expansiones de erogaciones públicas no parecen tener efectos de deterioro en las cuentas públicas.
Ese círculo vicioso conforma factores dinámicamente alarmantes; por un lado, el deterioro de la hoja de balance del Banco Central al asistir al Tesoro en forma permanente con la incobrabilidad, de hecho, de esos créditos y, a su vez, la imposibilidad de perpetuidad de la demanda de gasto público de una parte de los ciudadanos, ya sea mediante subsidios y/o transferencias directas, que en muchos casos ni siquiera hay una obligación de contrapartida productiva.
No es llamativo que desde los espacios populares de la economía emerja nuevamente este tipo de demandas, motivada por la caída de los ingresos reales de sectores situados en la informalidad laboral y de la economía popular. Esto es, quizás, una de los determinantes de las crisis económicas recientes; tema ya estudiado en la literatura de las interacciones de la políticas económica y el abordaje de reglas versus discrecionalidad.
Martín Calveira es economista investigador, IAE Business School, Universidad Austral.