La globalización ha sido un desafío para las empresas desde que se aceleró el proceso, tras la caída de la cortina de hierro a finales de la década del 80. Pero en esos 33 años, hubo aprendizajes que ubicaron a los empresarios en roles que no eran los tradicionales.
En el proceso de globalización, las empresas se encontraron operando en sitios donde o bien el estado estaba ausente, o era débil, o -en el peor de los casos- no había estado de derecho. Aquí podríamos decir que hubo un primer punto de inflexión: a medida que la empresa fue ganando tamaño y anclaje en las comunidades locales, fue erosionando el protagonismo del estado y surgiendo la necesidad de auto-regularse, e incluso de ir más allá de la ley frente a la sociedad.
En la actualidad, la guerra de Rusia contra Ucrania en lo internacional y la continua desavenencia entre el gobierno argentino y las cámaras empresariales en la Argentina, por solo citar dos ejemplos, ponen nuevamente en discusión la actividad empresarial y su rol en la sociedad. Una de las resultantes es el nuevo espacio que ocupan las empresas y que les demanda la sociedad.
Resuena en estos días la actitud de compañías que, frente a la invasión rusa en Ucrania, decidieron cesar sus operaciones en Rusia. Acciones tan “activistas” o bien geopolíticas como retirar un embajador para un país.
Las empresas se transformaron, con el paso del tiempo y las vicisitudes de la política, en actores preponderantes para múltiples grupos de interés. Así, a veces tienen más preponderancia que los Estados por operar en zonas remotas donde los gobiernos no brindan servicios. O, por la ampliación de sus operaciones a escala global, por ser juzgadas en sus acciones más allá de sus productos o servicios, convirtiéndose en responsables de velar también por temas del medio ambiente o riesgos sociales.
En un mundo con mayor demanda y oferta informativa, con redes sociales, la sociedad reclama que las empresas sean generadoras de valor real: el riesgo y los costos asociados de “actuar para la vidriera” suben significativamente y pone en riesgo el negocio en sí mismo.
Agendas nuevas. Con la guerra en Ucrania en curso, mucho se especula acerca de cuál será el rol de las corporaciones. Al mundo de los negocios se le exigirán respuestas en relación a una serie de agendas, tanto sociales como geopolíticas, en las que se destacan temas como: ¿Qué está pasando con los colaboradores que viven en los países en conflicto? ¿Qué papel juega la empresa en la crisis de migrantes que estamos viendo? ¿Cómo se retomarán las actividades post conflicto? ¿Qué rol tendrán las empresas en la reconstrucción de Ucrania?
Aunque el caso de Ucrania es puntual, pueden aplicarse las mismas preguntas en distintos escenarios con conflictos diversos en el mundo. Si bien muchos de estos interrogantes están abiertos, podemos “sacar en limpio” algunas lecciones aprendidas en los últimos 30+ años.
La primera tiene ver con que, en un mundo globalizado e hiperconectado, la empresa tiene que tener en claro que no moviliza meramente objetivos económicos, sino también resultados socio-ambientales y políticos.
En segundo lugar, la resiliencia de una organización hoy por hoy no se juega dentro de los confines legales de la empresa, sino a lo largo de la cadena de valor. Asimismo, no puede concebirse esa resiliencia meramente en términos de tener una ecuación de costos adecuada, sino que deben atenderse y mitigarse los riesgos sociales, ambientales, político-institucionales que puedan surgir a lo largo de esa cadena y por los cuales la sociedad pedirá cuentas. Y su decisión de compra, probablemente esté influida por la opinión que se tenga de la compañía.
En tercera medida, cada empresa, grande o pequeña, debe considerar cuidadosamente cómo configura su inserción en una cadena de valor. Si alguno de los participantes de la cadena incurre en riesgos sociales o políticos −por apoyar, aunque sólo sea simbólicamente, conflictos injustos o regímenes no democráticos−, aquello se traduce en costos en su reputación. Es clave animarse a traer a la mesa la mirada de la sociedad civil vía organismos no gubernamentales locales e internacionales para visibilizar esas amenazas a priori y actuar proactivamente.
Dar respuesta a las nuevas demandas sociales por las que es atravesada la empresa reclama acción colectiva. Esto significa generar iniciativas que incluyan a diferentes grupos de interés, en las que todos los sectores de la sociedad dialoguen y puedan diseñar líneas de actuación conjunta. Queda claro que esto, naturalmente, agrega una nueva capa de complejidad a la hora de operar. Pero, en definitiva, es la única forma de hacer justicia a las distintas aristas y valores que convergen en los grandes desafíos que cada empresa debe soportar.
*Directora del Centro de Estudios en Sustentabilidad e Innovación Social de la Facultad de Ciencias Empresariales, profesora IAE Business School, Universidad Austral y moderadora del Summit 2022.