Días atrás, la holandesa Shell pobló los titulares del mundo tras admitir que mantendría compras de crudo a Rusia, al mismo tiempo que destinaría los ingresos a un fondo de ayuda a Ucrania. Los motivos son entendibles y pragmáticos: la compañía no podría, o al menos no estaría dispuesta, a cargar con el peso económico de las implicancias de disrupciones en su operación y cadena de valor. Sin embargo, distintas voces cuestionaron fuertemente a legitimidad la medida.
Las raíces de este cuestionamiento se hayan en dos notas características del mundo empresarial post-pandémico. En primer lugar, como resultado del despliegue histórico del capitalismo desde la segunda post-guerra en adelante, vivimos en un mundo donde la empresa tiene mayor “poder de fuego” que los estados nacionales a la hora de movilizar recursos económicos (sin ir más lejos, la facturación global de la misma Shell excede el producto bruto anual de Holanda). Más aún, desde hace 40 años a esta parte, bajo el paraguas de las nociones de ciudadanía o responsabilidad social corporativa se ha consolidado la tendencia de que, dado a su gran tamaño y recursos, la corporación moderna ha de ocupar espacios que previamente eran el patrimonio exclusivo de los estados nacionales. Esto es especialmente claro cuando vemos, por ejemplo, a corporaciones involucradas en la provisión de bienes públicos, tales como el acceso a la salud para sus comunidades de influencia.
Vivimos en un mundo donde la empresa tiene mayor “poder de fuego” que los estados nacionales a la hora de movilizar recursos económicos
En segundo lugar, este nuevo rol de la empresa como ciudadana global -que va más allá de la multi-nacionalidad de corporaciones que operan a lo largo y ancho del mundo- está fomentado por un cambio en los valores sociales que, a su vez, conlleva un cambio en las expectativas respecto al rol de la misma en la sociedad: si antes nos “conformábamos” con la empresas brindando oportunidades de trabajo junto con acceso a una mayor cantidad y variedad de bienes y servicios; ahora queremos que además sean transparentes y lleven adelante su actividad de forma responsable tanto para con el medio ambiente, como con las comunidades que son afectadas por el negocio. Ahora bien, este cambio de preferencias opera tanto a nivel de los consumidores como de los accionistas, el cual se ha evidenciado en un crecimiento estimado del mercado global de inversiones de impacto del orden del 40% entre 2019 y 2020.
De lo anterior, se sigue que actualmente no sólo vivimos en un mundo donde la empresa tiene un rol y responsabilidades más amplias (que incluyen el alivio de males sociales como la guerra), sino también en el que grupos de interés clave (como los accionistas) derivarían su bienestar global del compromiso de la empresa con la sociedad y, por ende, estarían dispuestos a apoyar aquellos negocios que más efectivamente movilicen causas sociales. Adicionalmente, en el marco de la globalización, donde la empresa no pareciera conocer bandera al participar de redes globales de valor, el activismo por parte de los accionistas, con su consecuente peso específico en la agenda de la Alta Dirección, emerge con un enorme potencial de inclinar la balanza a partir de su capacidad de canalizar importantes recursos (o dejar de hacerlo) hacia una parte u otra del conflicto. Más aún, la provisión (o el cese) de fondos por parte de accionistas privados podría aliviar la escalada del conflicto al no comprometer el posicionamiento de un estado nacional específico respecto a contienda.
La guerra entre Rusia y Ucrania no puede legítimamente dejar indiferente al mundo de los negocios
Pese al espectacular crecimiento del movimiento de inversión de impacto a nivel mundial, no obstante, una parte considerable de los fondos de inversión disponibles no estaría directamente apoyando el alivio de males sociales. Sin embargo, frente a las crecientes expectativas en torno a la empresa y su rol en la sociedad, la guerra entre Rusia y Ucrania no puede legítimamente dejar indiferente al mundo de los negocios. Con el incremento de la tensión internacional, urge que el liderazgo corporativo tome posturas valientes. Por tanto, accionistas del mundo: ¡levántense! En sus manos hay una llave que puede o bien entorpecer la paz entre los pueblos, o abrir las puertas de la fraternidad y la libertad.