Por Manuel De Elía, Sacerdote y teólogo, capellán del IAE Business School y profesor de la Universidad Austral.
Cuando consideró terminado su trabajo se dirigió hacia las playas más cercanas. Al acercarse a las costas, lo impresionó el fragor de las olas. Luego subió las dunas, vio el mar en toda su fuerza y plenitud, dijo con enorme frustración: ”¡Este mar no me sirve!”. Acompañando a aquel monje desde nuestro tiempo y cultura sonreímos mientras pensamos: ”lo que no sirve es tu teoría”.
La Argentina se encuentra en una situación delicada que, en la opinión de mucha gente, necesita lo que sabemos por experiencia: los grandes problemas requieren de soluciones, ideas y personas grandes, y de un número grande de consensos. Hace falta mucho diálogo de personas que se escuchen y discutan con inteligencia y humildad. Porque nadie tiene una respuesta absoluta a los desafíos que tenemos como país.
En el último documento Fratelli Tutti, el papa Francisco sostiene que corresponde a quienes ejercen la autoridad una particular responsabilidad en generar ese ambiente de diálogo: principalmente aquel a quien le toca gobernar está llamado a renuncias que hagan posible el encuentro, y busca la confluencia al menos en algunos temas (n. 190).
Esto toca hoy al gobierno actual, ayer al de ayer, mañana al de mañana. Sin embargo, fallamos sistemáticamente en lograrlo. Hay diálogo cuando la otra parte se siente interpelada y cortésmente recibida en un intercambio de opiniones, incluso intenso. Pero nunca cuando se siente ignorada. Propongo echar un vistazo a una de las primeras condiciones del diálogo: aceptar la realidad como ella es.
Es un hecho que la oposición no se siente interpelada por la propuesta del Gobierno. Es un hecho que el pueblo que compra dólares no se siente interpelada por la autoridad: cepo o no cepo, elige una moneda distinta de la nuestra. Otro hecho es que la economía real -no sólo los grandes, sino también negocios y servicios- no se siente interpelada con su política de precios. La masa de votantes que los acompañó en primera instancia eligió otras opciones, eso es un hecho.
El mundo no se siente interpelado por una economía en la que no ve condiciones para invertir. Es un hecho que hay dificultades de entendimiento con los organismos multinacionales. Los movimientos sociales no acompañan las propuestas que les llegan. Es un hecho que el campo no se siente interpelado. No se puede decir como como el monje ”esta sociedad no me sirve”. Entonces, tengo que cambiar mi teoría.
Del lado del gobierno (este, el anterior, el próximo) pueden echar la culpa a una conspiración antipopular del capital, a los barones de la industria, a los especuladores en el comercio, a los insensibles que fugan de la moneda nacional, y la lista sigue. La realidad es que sencillamente el gobierno no estaría siendo capaz de crear las condiciones para que alguien se acerque a dialogar (y lo digo con los tiempos verbales que se usan hoy con cierta ironía) y no hay ningún eco a sus propuestas.
La Iglesia argentina subrayó la necesidad de que se lleguen a acuerdos fundamentales y superadores, que detengan la continua confrontación que se vive en el país. Sería ingenuo, o cínico, echar las culpas a todo otro que no quiere dialogar, como si la causa siempre estuviera en el otro.
El documento de papa Francisco presenta un programa para lo que se viene: la necesidad del diálogo social hacia una nueva cultura, construir en común con consensos fundamentados, cultivar una cultura del encuentro con quien reconozco como “otro”, en un tono de -qué ingenua suena la palabra hoy aquí- amabilidad.
Para quienes hoy son autoridad (y para los de mañana) valgan sus palabras: el auténtico diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses legítimos. Desde su identidad, el otro tiene algo para aportar (Fratelli Tutti, 203).