El poder y el liderazgo están íntimamente ligados al desarrollo de una carrera laboral dentro de las organizaciones. Si históricamente los hombres han ocupado hasta aquí mayoritariamente las posiciones de liderazgo, no es de extrañar que las mujeres tengan más dificultades para crecer y visibilizar todo su potencial.
La tan mentada igualdad de oportunidades se presenta como un desafío para las empresas y para alcanzarla sería bueno desterrar de las organizaciones el concepto de carrera, entendida como si fuera una línea recta, lineal, subiendo escalones, siempre hacia arriba, atada a un organigrama y a cargos jerárquicos. Se impone una nueva mirada del desarrollo más amplia, que contemple otros aspectos, más allá de una competencia por ascender.
Crecer dentro de una empresa implica abogar por una igualdad de oportunidades, donde todos tengan las mismas posibilidades, sin discriminaciones ni favoritismos. La desigualdad no solo es injusta sino también ineficiente e insostenible. Apostar por la igualdad de oportunidades genera una cultura organizacional inclusiva, donde cada uno es respetado por lo que aporta y a la vez recompensa equitativamente esa diversidad que suma cada uno. Contrariamente, la desigualdad genera una cultura de privilegio que reduce las posibilidades de crecer en base a lo que uno es y al mérito, y fomenta un comportamiento competitivo donde unos salen favorecidos y otros perjudicados.
Esto lleva a reconocer que las personas se perfeccionan y enriquecen también en otros ámbitos y, por tanto, la empresa no puede pretender acaparar el desarrollo del individuo. Al contrario, ha de fomentar en las personas el despliegue de sus potencialidades en esos otros espacios vitales que lo perfeccionan como hombre o como mujer y lo dotan de unidad, porque un trabajo que absorba otros aspectos básicos de la vida o predomine excesivamente sobre ellos, empequeñecerá al ser humano, aunque lo lleve muy lejos de su horizonte laboral.
Aunque cada vez más las empresas están comprometidas con la igualdad de oportunidades y actúan en consecuencia, todavía queda camino por recorrer. Se empieza por asegurarse que en los procesos de gestión de talentos no haya lugar para discriminaciones ni arbitrariedades, se combaten los sesgos inconscientes en las relaciones interpersonales que limitan la percepción del talento, se garantiza con líderes comprometidos que todos -varones y mujeres- tengan acceso a las mismas oportunidades laborales para crecer, y se promueven prácticas y políticas que permitan a ambos integrar las responsabilidades de su vida laboral con las demandas de su realidad familiar, porque muchas veces éstas pueden apoyar o condicionar el desarrollo laboral.
Este nuevo paradigma está generando un verdadero cambio cultural en las organizaciones y está comprobado que apostar por él lleva a mejores resultados en términos de compromiso y lealtad con la organización, motivación y satisfacción de los colaboradores, así como también mejores resultados de performance y menores niveles de intención de dejar la empresa.
En efecto, las organizaciones que promueven la igualdad de oportunidades están de verdad orientadas hacia la persona y su desarrollo integral. Apostar por este desafío requiere principalmente de un fuerte trabajo en equipo, donde la cooperación de todos y la confianza recíproca son claves para que ese compromiso se sostenga en el tiempo y llegue a configurar una verdadera cultura que apoye con hechos reales la igualdad. Solo por este camino se estará en condiciones de crear entornos laborales que reflejen la diversidad de la fuerza laboral actual y se aprovechará todo su talento.